Autoras: Ana Belén Herrera de la Cruz
María Pereira
A diferencia de sus pares masculinos, estas creadoras se sumergieron en el inconsciente como medio de autoconocimiento y con un sentido más introspectivo que lúdico: fue la herramienta con la que exploraron su ser femenino en el mundo
El Museo Picasso Málaga reunió hace un par de años, las obras de dieciocho creadoras luchadoras y rebeldes y en varios casos eclipsadas por sus parejas masculinas. “Somos plenamente libres. Las mujeres artistas y el surrealismo” y presentaba el trabajo de un grupo de mujeres artistas que a partir de los años veinte del siglo pasado fueron partícipes, en mayor o menor grado, de un movimiento que históricamente ha sido asociado a los hombres: el surrealismo.
Así, la muestra reivindicaba un justo protagonismo a un grupo de mujeres artistas cuyo trabajo destacó en el entorno surrealista, algunas de las cuales han tenido que esperar quizás demasiado tiempo para alcanzar un grado de reconocimiento internacional verdaderamente notable: Eileen Agar, Claude Cahun, Leonora Carrington, Germaine Dulac, Leonor Fini, Valentine Hugo, Frida Kahlo, Dora Maar, Maruja Mallo, Lee Miller, Nadja, Meret Oppenheim, Kay Sage, Ángeles Santos, Dorothea Tanning, Toyen, Remedios Varo y Unica Zürn.
La exposición ponía en valor el trabajo artístico de la mujer en la historia del arte. Como es habitual, la muestra contó con un programa de actividades culturales propio desde el que aproximarse a los principales aspectos artísticos e históricos tratados en ella.
El comisario de esta exposición, José Jiménez, catedrático de Estética y Teoría de las Artes de la Universidad Autónoma de Madrid, afirmó que la elección de autoras “no es una opción separatista, sino una tarea de recuperación” y que asimismo “no constituye una enumeración cerrada, sino una lista abierta a nuevas consideraciones e inclusiones. Se trata de una selección que busca la coherencia en la construcción del relato expositivo, teniendo como ejes centrales la calidad artística de las obras y el ejercicio de estas mujeres de su autonomía activa, como sujetos pensantes y creativos, hacia la plena libertad”.
El individualismo y la personalidad de estas artistas se transmitían a través de las más de cien obras de arte entre pinturas, dibujos, esculturas, collages, fotografías y películas reunidas para la ocasión.
Si bien los artistas surrealistas exploraron el inconsciente mediante los sueños, automatismos y trances inducidos, sus trabajos no necesariamente expresaron sus experiencias personales.
A diferencia de sus pares masculinos, estas creadoras se sumergieron en el inconsciente como medio de autoconocimiento y con un sentido más introspectivo que lúdico: fue la herramienta con la que exploraron su ser femenino en el mundo y con el que exorcizaron demonios.
Maruja Mallo
Para ellas, el surrealismo fue la manera de tomar conciencia de su ser, explorar sus pensamientos y sentimientos más profundos y construir su identidad, reflejando experiencias pasadas y presentes, miedos, esperanzas y deseos.
Varias de estas artistas acarreaban enfermedades, tragedias y abusos sufridos a lo largo de sus vidas. En un tiempo de gran diseminación de las teorías del psicoanálisis, su arte visualizaba la psique femenina como nunca había sido mostrada, iniciando un diálogo que gradualmente transformaría las relaciones entre géneros.
Así, muchas de sus obras tienen una naturaleza autorreferencial, en donde el autorretrato tiene una importante presencia: sentían la necesidad de plasmarse a sí mismas para expresar quiénes eran y qué sentían. Se podría afirmar que el surrealismo de estas artistas era realmente su realismo interior y lo manifestaron trabajando en una gran variedad de técnicas.
Identidad y libertad
El surrealismo fue el movimiento de vanguardia más atractivo creativamente para las mujeres por ser renovador, provocativo y por reivindicar la plena libertad de los seres humanos. Era un arte que daba importancia a la realidad personal y que facilitaba como medio de expresión la unión de lo erótico con la emoción poética promocionando así el juego de dualidades o la ambigüedad como respuesta al dictado de la razón. Fue un proceso de liberación doloroso, dramático y en ocasiones con finales trágicos que paradójicamente les facilitó la independencia creativa y la superación del yugo teórico ideológico.
Todas las artistas reunidas en “Somos plenamente libres. Las mujeres artistas y el surrealismo”, en algún momento de su trayectoria vital desembarcaron en el París de los años veinte, en cuyos círculos intelectuales de entreguerras había poco espacio para la mujer artista con voz propia. Por ello cuando una década después, tras los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial, cruzaron el Atlántico hacia Estados Unidos y México, encontraron allí su liberación y revolución como surrealistas, lejos ya de la órbita que en torno a Breton se había formado en la ciudad de la luz.
El exilio ofreció a muchas de estas mujeres artistas un ámbito de libertad que no habían experimentado en Europa y, por lo tanto, la posibilidad de reinventarse en su independencia y en su imaginario.
Estas mujeres buscaron su identidad y su libertad a través del arte, lo que de alguna manera las convirtió en unas revolucionarias que prepararon el escenario cultural necesario para que surgiera el posterior movimiento feminista con un arte que no solo retaba las convenciones sociales e institucionales, sino, sobre todo, los límites de género.
Las obras presentes en esta exposición provienen de instituciones europeas de reconocido prestigio como, entre otras, el Moderna Museet, la Tate, el Centre Pompidou, Lee Miller Archives o el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, pero también de museos americanos como el Museo de Arte Moderno de México o Yale University Art Gallery, así como de colecciones privadas.
Tras Sophie Tauber-Arp. Caminos de vanguardia (octubre 2009-enero 2010), Hilma af Klint. Pionera de la abstracción (octubre 2013-febrero 2014) y Louise Bourgeois. He estado en el infierno y he vuelto (junio-septiembre 2015), el Museo Picasso Málaga aborda de nuevo una exposición que pone en valor el trabajo artístico de la mujer en la historia del arte.
La locura: Leonora Carrington y Unica Zürn
Estas dos artistas se valieron de cuentos, poemas, dibujos y relatos explícitamente autobiográficos para hacer frente a sus problemas de salud mental y señalar a las clínicas psiquiátricas como centros de castigo para conductas sociales “desviadas”. Se mantuvieron en los márgenes de un movimiento surrealista que seguía reservando para las mujeres el papel de musas y de amantes, no el de compañeras de trabajo.
‘Sin título 2’, obra de Unica Zürn
Cuando André Breton escribió Nadja, en pleno apogeo del surrealismo, utilizó el relato de su relación real con una mujer que experimentaba alucinaciones, la Nadja del título (cuyo nombre real era Léona Camille Ghislaine), para acabar de construir una definición del movimiento vanguardista que ya había comenzado en El manifiesto surrealista.
Para Breton, Nadja reunía, por sus problemas mentales, las singularidades más apreciadas por el surrealismo: la libertad, la transgresión, el poder de lo irracional, el azar. Se sintió tan impresionado por la personalidad de Nadja que la inmortalizó en un libro, sin embargo, esa tendencia a la realidad alternativa que tanto le atraía de ella, le llevó a terminar con la relación. Una cosa era hacer arte inspirado en la locura y otra muy diferente convivir con ella. Nadja, sin apoyo humano ni financiero, acabó ingresada en un psiquiátrico, donde murió. Breton, escabullendo cualquier responsabilidad, aprovechó este hecho para denunciar las malas condiciones de vida en los psiquiátricos.
Dalí, poco después de la publicación de Nadja, propuso el método paranoico-crítico para elaborar obras de arte. Él lo definía como un “método espontaneo de conocimiento irracional basado en la objetividad crítica y sistemática de las asociaciones e interpretaciones de fenómenos delirantes”. Dalí, como Breton, nunca tuvo delirios ni estuvo loco, aunque se valiera de la locura para fabricarse un personaje propio.
Para encontrar testimonios surrealistas sobre la locura desde la verdadera locura, hay que detenerse en la obra de dos mujeres en los márgenes del surrealismo: Leonora Carrington y Unica Zürn. Ambas surrealistas y locas, además de periféricas, ya que como tantos otros movimientos artísticos (¿hola, Generación del 27?), el surrealismo no admitía en su núcleo a mujeres artistas. Para los surrealistas las mujeres eran musas, amantes y uno de los temas centrales de sus obras, pero pocas veces compañeras de trabajo o artistas de primera categoría.
Leonora Carrington
Leonora Carrington y Unica Zürn llegaron más lejos de lo que jamás llegó ningún miembro “oficial” del surrealismo. Ambas descendieron al infierno de la locura y de allí extrajeron su arte.
Siguiendo las palabras de Frida Kahlo, otra artista vinculada con el surrealismo desde la periferia, ellas nunca pintaron sueños, ellas pintaron su propia realidad. Leonora Carrington y Unica Zürn se valieron de cuentos, poemas, dibujos y relatos explícitamente autobiográficos para hacer frente a sus problemas de salud mental.
Autorretrato Frida Kahlo
Las dos se explicaban a sí mismas a través de sus obras, con curiosidad, analíticas e implacables con sus estados mentales, así como ambas hicieron una descripción aséptica, desprovista de cualquier sentimentalismo, de la reacción del mundo a su locura y del rechazo que esta provocaba. También del uso de las clínicas psiquiátricas como centros de castigo por conductas sociales “desviadas”, centros que estaban atestados de mujeres, pues eran ellas las que eran (son) juzgadas con más ligereza como locas por su “falta de compostura” (la mujer loca o histérica frente al hombre excéntrico).
A Leonora Carrington le metió en el psiquiátrico su padre, un rico empresario inglés, en una época en la que no había limitaciones para el ingreso involuntario de pacientes. Ella había sufrido una crisis psicótica durante su viaje de Francia a España, huyendo de la ocupación nazi y buscando un salvoconducto para librar de la cárcel a su amante, el pintor surrealista Max Ernst.
En Madrid veía símbolos ocultos por todas partes, sentía que la realidad le habla de ella misma, que estaba conectada al mundo por el estómago. Necesitaba deshacerse de las coacciones sociales, de su padre y de Max, dos sombras que le perseguían con insistencia. Tras ser rechazada por sus contactos en la capital del recién estrenado régimen franquista y ser violada por unos militares, la enviaron a instancias de su padre a una clínica psiquiátrica de Santander, donde permaneció recluida un año. Durante ese tiempo la mantuvieron drogada, la mayoría de veces atada y desnuda. Cada vez que se rebelaba le daban una dosis de Cardiazol, una droga que provoca convulsiones epilépticas.
Al año se la llevaron a Lisboa, donde pretendían embarcarla hacia un nuevo centro psiquiátrico en Sudáfrica, pero Carrington logró escapar y se marchó a México, donde vivió hasta su muerte. Ese año de sufrimiento marcó toda su obra posterior, simbólica y visionaria, y dejó una narración autobiográfica casi quirúrgica de su encierro: Memorias de abajo.
Unica Zürn
Unica Zürn también sentía que era perseguida por la sombra de su padre y de su amante. De su padre, porque éste desapareció tras un divorcio y la dejó con una madre insensible y un hermano que la violó. De su amante, el fotógrafo surrealista Hans Bellmer,De su amante, el fotógrafo surrealista Hans Bellmer, al que le unía una relación sadomasoquista tóxica y que la usaba como modelo para realizar sus poupees, muñecas deformadas en las que cosificaba el cuerpo de la mujer.
La esquizofrenia de Unica Zürn la llevó a recorrer un buen puñado de centros psiquiátricos en Berlín y París, y a tratar de exorcizar sus demonios a través de poemas y cuentos fantásticos, de dibujos sobre seres nacidos de sus delirios, también de anagramas (palabras que se transforman en otras palabras) que realizaba a partir de frases que encontraba en carteles o diarios. Como Leonora Carrington, sentía que el mundo la tenía como centro y que le enviaba mensajes encriptados que ella debía resolver.
Las dos obras que reflejan mejor su sentir son Primavera sombría, en la que narra su brutal despertar sexual en la adolescencia y El hombre jazmín, que es la crónica de sus sucesivos periodos de enfermedad mental. Unica Zürn consideraba que su esquizofrenia era, a la vez que una fuente de dolor, una buena oportunidad para alcanzar territorios de la realidad más allá de la monotonía ordinaria. Aun así no pudo controlar su enfermedad y se suicidó tirándose de una ventana, delante de Bellmer.
Tanto Leonora Carrington como Unica Zürn conocieron a André Breton, el autor de Nadja. Carrington coincidió con Breton en París y luego en México, donde este se exilió como muchos otros artistas vanguardistas que vivían en el París de la Segunda Guerra Mundial.
Angeles Santos
A André Breton le fascinaban los relatos de la artista sobre su experiencia con la locura, y le influyeron en su propio arte. Pero aunque el “jefe” del surrealismo valoraba la obra de Carrington y llegó a incluirla en su Antología del humor negro, en la que solo aparecían dos mujeres (Leonora Carrington y Gisèle Prassinos), solía referirse a ella como “hechicera”, concepto surrealista que como “maga” o “mujer-niña”, relegaba a la mujer al papel de arquetipo sexualizado.
En cuanto a Unica Zürn, Breton llegó a ella a través de Hans Bellmer, pero nunca la consideró “del grupo”. El surrealismo siempre presumió de revolucionario, de impulsor del valor de lo irracional por encima de lo racional, de buscar la libertad total en la vida personal y en el arte, pero para encontrar estos valores en estado puro hay que escarbar, desempolvar a artistas que, como Leonora Carrington y Unica Zürn, quedaron en su momento en un segundo plano. Para el resto, parece que este carácter revolucionario se quedó en poco más que pose estética.
Palabra de Leonora Carrington:
Cuando miraba los carteles de la calle veía no solo cualidades comerciales (…) sino respuestas herméticas a mis interrogantes (…). En estos momentos me adoraba a mí misma porque me sentía completa; yo era todas las cosas, y todas las cosas eran en mí.
Cuando miraba los carteles de la calle veía no solo cualidades comerciales (…) sino respuestas herméticas a mis interrogantes (…). En estos momentos me adoraba a mí misma porque me sentía completa; yo era todas las cosas, y todas las cosas eran en mí.
Es evidente que, para el ciudadano normal, debía de parecer bastante extraño y extravagante: una joven inglesa bien educada saltando de roca en roca, divirtiéndose de manera irracional: no podía por menos de despertar inmediatas sospechas sobre mi equilibrio mental (…). Y al final ganaron ellos.
Palabra de Unica Zürn:
Si alguien le hubiera dicho que había que volverse loca para tener estas alucinaciones, no habría tenido inconveniente en enloquecer. Sigue siendo lo más asombroso que ha visto nunca.
¿No son nuestros pensamientos, los que son solo nuestros y no conoce nadie más, mucho más reales que cualquier realidad?
Palabras de Frida Kahlo
Pensé que fui surrealista, pero no lo fui. Yo nunca pinté sueños. Yo pinté mi propia realidad...
Fuente original: https://amecopress.net/Somos-plenamente-libres-Las-mujeres-artistas-y-el-surrealismo-21244