Autora: Esther Mamani
Mientras muchos centros médicos atienden solo casos COVID-19, otros cierran por falta de personal e insumos. El director de un hospital de tercer nivel en La Paz admite que están atendiendo casos que corresponden al segundo y primer nivel. En ese contexto, las parteras y sus conocimientos aparecen, otra vez, como una alternativa a la salud institucionalizada.
Los celulares de Valentina Ticona, Ana Choque y Lina Svenzem no dejan de sonar desde la llegada de la COVID-19 al país y la instauración de la cuarentena. Reciben muchas más llamadas que antes. Todas ellas son parteras y la demanda por su trabajo y conocimiento se vio incrementada ante el colapso sel sistema sanitario.
Ante la falta de centros de salud, personal o insumos de bioseguridad, ellas llegan a atender, cada una, hasta 30 nacimientos por mes.
Durante la pandemia, muchas de las mujeres gestantes no pueden acceder a los servicios médicos, como controles mensuales del embarazo o la misma atención del parto. Sin embargo, pese a su importancia y necesidad de universalizar el acceso a la salud, estos centros no son garantía de una prestación con «calidad y calidez».
Una partera entrega un recién nacido a su madre en Patacamaya. Foto: Gemma Parellada/2018
Bolivia registra en promedio unos 243 mil partos cada año. En 2018, el ministerio de Justicia y Transparencia, en su Encuesta de Prevalencia y Características de la Violencia Contra las Mujeres, reveló que 6 de cada 10 madres atendidas en el sistema de salud público boliviano sufrieron violencia obstétrica durante el parto.
En ese contexto, sumado a las peculiaridades de la cuarentena, las parteras se perfilan como una alternativa que recoge un conocimiento ancestral del cuerpo y la medicina ancestral, asumiendo el acto de parir como un fenómeno natural, sin necesidad de exponerse a la violencia obstétrica de la salud institucionalizada.
Ellas, en primera línea
La partera Ana Choque, representante departamental de sus colegas en La Paz. Foto: Ana Choque
Valentina Ticona es partera hace más de 30 años. Oriunda de la provincia Omasuyos, localidad Ancoraimes aprendió las técnicas de su madre y la acompañó desde sus 18 años atendiendo a las mujeres de su pueblo.
“Me llaman más ahora. Mi celular no sabía sonar así antes», cuenta Valentina.
«Si no puedo llegar le doy indicaciones a su esposo de la mujer o a quien le esté acompañando”, dice y agrega que también capacita en la atención de los partos a otras mujeres en Sorata y Patacamaya.
Ella, como sus otras colegas, toma todas las medidas de seguridad posibles para continuar trabajando, más aún ante la necesidad de atender a la demanda de la población. “Muchas madres ahora tienen miedo ir al hospital, porque están con el virus y con las parteras hay más confianza”, explica.
Valentina, con solo tocar el vientre de una mujer embarazada, sabe indicar la posición del bebé y los siguientes pasos para concluir el proceso de una manera segura para la madre y el recién nacido.
“No somos muchas, hasta podemos desaparecer si no enseñamos. Antes unas 15 wawas hacíamos nacer cada mes, pero ahora es el doble. No les atienden en hospitales”, relata Ana Choque, representante departamental de las parteras en La Paz.
En sus más de 40 años de experiencia, no recuerda haber tenido tanta demanda. Sus manos están adiestradas y ella misma sabe que la confianza de quienes la llaman es un valor agregado en su trabajo.
Lina Svenzem es sueca y trabaja en la capacitación de mujeres para conocer qué implica dar a luz en casa y sin asistencia médica.
“Algunas mujeres ya tienen un conocimiento previo y conocen su cuerpo en un acto tan natural como traer hijos”, explica, acotando que en su arribo al país también buscó conocer las experiencias bolivianas sobre los partos domiciliarios y su atención.
Dependiente del ministerio de Salud ,la unidad de Medicina Tradicional en Bolivia tiene registradas a 350 parteras. A nivel nacional solo ocho trabajan en hospitales. Según información del Instituto Nacional de Estadística, en los últimos veinte años las parteras pasaron de atender seis de cada 10 partos, a ocuparse de apenas dos.
En ese mismo lapso de tiempo, la atención en centros de salud a nivel nacional pasó de una cobertura del 61,2% a poco más del 90%. Pero, en medio de una crisis sanitaria, estas cifras no significan mucho y las parteras, como un sector importante de la medicina tradicional, brindan la atención y servicio que el Estado es incapaz de proveer.
El colapso
El hospital materno infantil Los Andes de la ciudad de El Alto cerró sus puertas el 6 de julio por 15 casos de COVID-19 entre sus profesionales. Decidieron atender solo emergencias. El resto de hospitales de tercer nivel fueron adecuados para atender solo casos relacionados con el nuevo coronavirus. A las mujeres que asistían en busca de atención se les exigió buscar otros centros médicos.
En La Paz, el director del hospital de la Mujer, Yuri Pérez, asegura que las 80 camas que tienen están llenas. Este nosocomio se encuentra a unos 40 minutos de El Alto, en una situación de emergencia cada minuto cuenta. Acceder a la atención del parto es casi un lujo. Los otros 62 centros municipales de la ciudad paceña tampoco están disponibles, ya sea porque se dedican exclusivamente a la COVID-19 o porque tienen a su personal contagiado.
“En el peregrinaje de hospital en hospital las madres llegan con niños asfixiados en el vientre y nosotros que hacemos la última atención. También tenemos la sala de neonatología colapsada”, detalla Pérez. Las puertas del hospital están cerradas, detrás de las rejas muchas mujeres hacen fila esperando atención. Los casos más críticos son priorizados, aunque el dilema se mantiene: ¿cómo priorizar casos cuándo todos requieren internación?
“Hemos excedido la capacidad de las camas, sale una paciente con alta e inmediatamente entra otra, lo que llamamos a cama caliente”, explica el médico. La mayoría de las pacientes vienen de alguna zona de La Paz, pero un 21% también baja desde El Alto. Antes esta cifra no pasaba del 3%.
Oficialmente no se sabe si el colapso del sistema sanitario boliviano provocó muertes en neonatos, pero sí es claro que muchas mujeres sufren para poder dar a luz. Con las parteras la situación es más llevadera, gracias a sus conocimientos y habilidades, pero hay menos de 400 registradas en todo el territorio boliviano y no toda la población sabe cómo contactarlas.
En el hospital de la Mujer cada día se practican hasta 17 cesáreas y se atienda unos 15 partos. Detrás de sus rejas, la fila de embarazadas parece interminable. Es imposible lograr atender a todas ellas y ahí es donde las parteras se convierten en una opción invaluable.
En medio de las restricciones de la cuarentena, Valentina Ticona, Ana Choque y Lina Svenzem se dan modos para acompañar a las parturientas que piden su ayuda, mientras otras mujeres pasan largas horas de espera solo para poder ingresar a un centro de salud.