La socióloga Carmen Ruiz Repullo, autora de un estudio que analiza los signos de la violencia machista en la adolescencia, cree que la dependencia emocional sigue siendo una cuestión sin resolver. Actualmente trabaja en un proyecto coeducativo como eje fundamental de transformación. En la última edición de los Premios Meridiana, concedidos por la Junta de Andalucía, recibió el galardón en la categoría Iniciativas que promuevan la educación.
¿Cómo cree que ha evolucionado el concepto de amor en los últimos años con las nuevas tecnologías, sobre todo entre los y las más jóvenes?
La llegada de las tecnologías, especialmente de las redes sociales, no ha supuesto una nueva configuración del amor, no ha generado un cambio conceptual propiamente dicho, lo que sí ha creado es un nuevo espacio donde vivirlo, expresarlo, potenciarlo, tanto para lo bueno como para lo malo. El amor que se establece en los espacios offline se traslada a lo virtual sin grandes modificaciones. Quien tiene celos en una relación amorosa los va a seguir teniendo a través de sus redes sociales, es más, éstas lo que potencian es un mayor control hacia la otra persona. Este podría ser uno de los aspectos negativos que incorpora lo tecnológico al amor romántico. Las tecnologías no son un espacio externo a las personas, forma parte de nosotras, lo que ocurre en todos los ámbitos de nuestra vida offline ocurre también en nuestra vida virtual, se traslada a ella, ambos espacios forman parte de lo mismo, son una nueva forma de relacionarnos pero bajo los mismos modelos sexistas que existen.
¿En qué medida la emancipación de la mujer ha ido cambiando el concepto de amor?
La independencia económica es un elemento fundamental a la hora de entender y vivir el amor, sin embargo, la independencia emocional sigue siendo una cuestión pendiente. Muchas veces encontramos mujeres con independencia económica que viven y sufren relaciones tóxicas e incluso violencia de género. Ambas formas de independencia son esenciales para construirnos como mujeres libres. La sociedad machista nos sigue socializando a las mujeres para que nuestra vida se complete cuando tenemos pareja e incluso criaturas. Es tal la presión social, que cuando una mujer decide no tener pareja o criaturas, la sociedad lo percibe más como un “no ha tenido suerte con las parejas” o “no ha podido ser madre” que como lo que realmente es, una elección personal.
¿Qué ha hecho el feminismo para intentar desmontar el mito del amor romántico?
Tanto desde la teoría como desde la militancia y la reivindicación feminista se ha trabajado intensamente, especialmente en las últimas décadas, por deconstruir el amor romántico como arquitectura intencionada del patriarcado para perpetuar las desigualdades. Los principales análisis feministas coinciden en analizar el amor romántico como una construcción social que coloca a las mujeres en una posición subalterna, es decir, no se trata de un análisis del amor como sentimiento, sino como una cuestión política. Aunque hay autoras anteriores que analizaron de manera crítica el amor, hay dos que para mí abordan de manera sublime este tema. Shulamith Firestone en1976 lo definía como el baluarte de la opresión de las mujeres, como un instrumento más del poder masculino para mantener la desigualdad en su propio beneficio. Kate Millet, por su parte, en 1984, comentaba en una entrevista que el amor era el opio de las mujeres, como la religión lo había sido de las masas, aunque leyendo su obra Política Sexual podemos hacernos una idea de su especial esfuerzo por desnudar las verdaderas intenciones del amor para con las mujeres.
En la actualidad, bajo estas mismas premisas feministas, autoras como Anna Jónasdóttir, Mariluz Esteban, Marcela Lagarde o Coral Herrera, entre otras, están realizando magníficos análisis sobre el romanticismo como un eje principal del patriarcado que, entre otras cosas, coloca a las mujeres en una posición de inferioridad, de riesgo. Trasladando este análisis a la población más joven, el amor romántico se sigue cimentando a través de mitos como el de los celos, la media naranja o la falacia del cambio por amor, que lejos de desaparecer están aún muy presentes. Deconstruirlos es un gran reto para el feminismo. El amor romántico, como construcción social, está detrás de muchas de las formas de violencia de género que sufrimos las mujeres, desvelarlas es una cuestión prioritaria del feminismo.
¿Cuánto daño ha hecho daño el amor romántico a las mujeres?
Esta es la gran pregunta. La repuesta, sin duda, es en mucho. Millet decía: “Mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban”. Pues bien, siguen gobernando. Porque claro, ¿cuántas cosas han dejado, dejan o dejamos de hacer las mujeres por amor? Las renuncias profesionales, el robo del tiempo personal, el sacrificio oculto, el “total no me cuesta nada”. Todo se resume en lo que Amelia Valcárcel llama la ley del agrado, que yo redefino como el imperio del agrado, una socialización diseñada por el sistema machista sobre el papel que nos toca a las mujeres en la sociedad en general y en el amor en particular. Agradar en lo estético, en lo amoroso, en lo profesional, en lo personal, en lo familiar, en lo sexual… en definitiva, agradarles, aunque no sea de nuestro agrado. Aquí es donde radica el principal peligro del amor romántico, en este imperio del agrado impuesto por la masculinidad hegemónica que nos educa a las mujeres para situarnos en un segundo plano y que los hombres sigan gobernando en todos los sentidos.
Actualmente en las y los más jóvenes el amor romántico está campando a sus anchas, cada cierto tiempo se producen nuevas novelas, series, teleseries, canciones, programas televisivos, canales de Youtube, donde los mitos románticos se presentan como verdaderas pruebas de amor. Esta configuración amorosa es el germen de la violencia de género, es uno de los cimientos necesarios para más tarde edificarla. Esta violencia se establece primero con estrategias de control, especialmente del móvil, las amistades y los hobbies, pero lejos de analizarse como tales se escudan bajo el paraguas del amor sin levantar sospechas. Este es el verdadero peligro, la violencia de género en la adolescencia y la juventud se camufla en sus primeras manifestaciones, por eso no es fácil detectarla.
Seguimos asociando dolor con amor.
¿Cómo no con todo lo que nos han enseñado? Nos han dicho que “quien bien nos quiere no hará sufrir” o que “quienes se pelean se desean”. No nos han educado en que el amor es otra cosa y que “quien bien nos quiere nos hacer reír”. Nos han socializado en un modelo romántico del sufrimiento, desde los cuentos, las películas, las series, las telenovelas, las canciones, y así es difícil detectar la trampa.
Pero sí hemos avanzando, ¿no? A veces en comportamientos que antes nos parecían románticos ahora vemos acoso…
Esto es un claro ejemplo del cambio que está viviendo el concepto amoroso gracias al feminismo. En la medida en que tomamos conciencia sobre los peligros y la verdadera intencionalidad del amor romántico, dejamos de erotizarlo, dejamos de verlo como algo “natural” y comenzamos a analizarlo con una mirada crítica. Lo mismo ha ocurrido con otros aspectos del machismo, anteriormente se percibían como algo “normal” hasta que el feminismo llegó para desvelarlos y denunciarlos.
¿Recuerda la historia de las dos chicas lesbianas retenidas en Turquía? ¿Cree que hace solo unos años habría generado las mismas reacciones que ahora?
Creo que la historia de estas dos chicas pone encima de la mesa la realidad que sufren las personas LGTBI en el mundo, los riesgos que siguen teniendo por saltarse la norma heteropatriarcal. En nuestro país esto se ha superado a nivel legislativo, aunque a nivel social nos sigue quedando mucho. La escuela está llena de “armarios cerrados” donde el alumnado y el profesorado LGTBI siguen siendo “lo raro, lo no normal, lo otro”. Sin embargo, no estamos como hace veinte años o más, donde la población LGTBI tenía serios problemas si decidía visibilizarse.
¿Cuál es el objetivo del Observatorio Coeducativo – LGTBI que está preparando con varias compañeras?
Las tres que componemos este observatorio, Marian Moreno, Kika Fumero y yo, coincidimos en la manera de analizar y valorar la educación como eje fundamental de transformación. Pensamos que el espacio educativo es fundamental para educar en y para la igualdad, así como para prevenir las violencias de género y la lgbtifobia. Las tres tenemos una amplia trayectoria en estos ámbitos y hemos percibido la necesidad de generar un espacio de encuentro para docentes, alumnado y familias. Un espacio que a su vez sirva de puente entre la comunidad educativa y las instituciones, y que aporte herramientas e instrumentos para avanzar hacia una sociedad más igualitaria y libre de violencias machistas. Creemos que la coeducación está por llegar y para ello debemos apostar por la formación, la investigación y la evaluación educativa. Este Observatorio Coeducativo-Lgbti nace con la intención de ser un espacio desde el que seguir avanzando en este enorme reto: tener unas escuelas coeducativas donde las violencias de género y la lgbtifobia formen parte del pasado.
¿Cree en general que nos da miedo el amor?
No nos han enseñado a amar con mayúsculas, a ver en el amor un espacio de igualdad y libertad. En cambio nos han educado en un modelo de amor perverso cuyos roles vienen establecidos por medio de los mandatos heteropatriarcales. Si en el amor todo está establecido, no cuestionamos lo que ocurre, en cambio, establecer un modelo amoroso libre e igualitario es un trabajo continuo en estos tiempos. Eso es lo que da miedo, no encontrar el camino hecho, diseñado, hay que borrar las huellas y cada cual comenzar el suyo.
¿Qué es para usted el amor?
Quitándole el apellido “romántico”, el amor es un lienzo por pintar, cada cual acuerda con quién o quiénes pintarlo, qué pintar, qué colores usar, etc. No creo que haya un modelo de amor que sea el idóneo, aunque si lo hubiese sería un amor feminista, un amor donde la asimetría de poder no existiera, donde quienes lo practican pactaran desde la igualdad que quieren en esta relación amorosa. En la medida en que deconstruimos la socialización desigual de género que hemos recibido, en la medida en que nos cuestionamos qué somos, el amor se va modificando hacia formas mucho más igualitarias.
*Olivia Carballar ocarballar@lamarea.com
Periodista. Autora de 'Yo también soy víctima. Estampas de la impunidad en la Transición (Atrapasueños, 2018). Doctora en Periodismo por la Universidad de Sevilla, con una tesis sobre las mujeres pioneras del periodismo. Ha trabajado en Público, infolibre.es y andalucesdiario.es. Ha colaborado con El País, eldiario.es, periodismohumano.com y Canal Sur. Comenzó su trayectoria en 'El Correo de Andalucía'. Forma parte del equipo de periodistas de #PorTodas –portodas.lamarea.com–, de La Marea.