Autor: Olmo Morales Albarrán
La vulnerabilidad en tiempos de coronavirus se hace más manifiesta que nunca. Somos, como ya han dicho muchas autoras, un amasijo frágil de carne y huesos. Somos seres vivos expuestos a la enfermedad. En cualquier momento y a cualquiera, le puede infectar un virus, tener un accidente, padecer cáncer o un problema de salud mental. Aunque a la vez, también sabemos que la vulnerabilidad está fuertemente condicionada por el colectivo al que se pertenezca y, por tanto, muy marcada por las condiciones de posibilidad, las condiciones materiales y simbólicas que lo definen como grupo social. Esto último parece obvio si nos ponemos a pensar en ser migrante en un país occidental o en ser mujer en cualquier parte del planeta. Por tanto, y de modo especial, las vulnerabilidades van a estar condicionadas por esa posición que se ocupa de manera existencial, como persona atravesada por ejes de opresión y sumida en relaciones de poder.
La teoría humanista, que está calando hoy en día en algunos discursos feministas, dice que ser consciente de la propia vulnerabilidad te humaniza, te hace sentirte más cerca de las demás, incluso que de alguna forma, te iguala. Se habla mucho en estos tiempos de cuarentena de ver la situación como una oportunidad para construir relaciones más igualitarias entre los sexos. Sin embargo, lejos de eso, lo que estamos viendo es precisamente un aumento escandaloso del tráfico de datos pedófilos en las redes y un aprovechamiento por parte de los hombres de esta situación de confinamiento. Los puteros, por ejemplo, comparten en sus foros la oportunidad que les va a suponer el apretón de necesidad económica que van a sufrir colectivos vulnerabilizados como las mujeres prostituidas. Los hombres mayoritariamente salen a hacer la compra alimentando la imagen de sí mismos como héroes a la par que disfrutan de salir de casa y tomar el fresco mientras, sus parejas mujeres, se quedan recluidas en el ámbito privado sosteniendo la vida.
Es mucho lo teorizado acerca de la vulnerabilidad y la masculinidad. Lo que se viene planteando es que la “masculinidad hegemónica”, marcada, entre otros factores, por la creencia de que los hombres somos más fuertes, autónomos y autosuficientes, se desmorona durante elconfinamiento ante la conciencia de la propia fragilidad.
Por un lado, me gustaría aclarar que esa mirada sobre la “masculinidad hegemónica” es la misma que habla de las “nuevas masculinidades” como algo positivo.
no cumplir con la “masculinidad hegemónica” es lo que abre la puerta a unas relaciones más justas.
Conceptualiza la masculinidad como una foto, una imagen estática que opera como una jaula que aprisiona a los hombres y de la que tenemos que deshacernos para ser más libres y felices bajo el eslogan de “con la igualdad ganamos todxs”. Pareciese, desde este enfoque, que salirse de los mandatos fuese a promover per sé una forma de relación más igualitaria con las mujeres. Es decir, que no cumplir con la “masculinidad hegemónica” es lo que abre la puerta a unas relaciones más justas. De hecho, el otro día escuchaba en una de las variadas actividades online que se están llevando a cabo sobre hombres y confinamiento, que se veía muy positivo que los hombres fuesen al supermercado, a pesar de llevar la lista de la compra elaborada por su pareja mujer, y que tuviesen la experiencia de buscar los productos en las estanterías. Supuestamente eso les iba a acercar a la posición vital de las mujeres y de ahí construir relaciones más justas con ellas. A mí lo que me parece es que son hombres que están desarrollando habilidades que les generan cierta autonomía, una mayor creencia de autosuficiencia, pero en ningún caso un paso hacia romper con la desigualdad.
Sin embargo, también son muchas las autoras (y muy pocos autores), entre ellas Susana Covas o Margarita Pisano, que alertan de que los cambios que estamos implementando los hombres no revierten las relaciones de desigualdad que mantenemos con las mujeres. Esos cambios tienen más que ver, como afirman Fabián Luján, Péter Szil o Luis Bonino, con el crecimiento personal que con la ética. Hablar en términos de “masculinidad hegemónica” impide, por un lado, ver que esa hegemonía siempre está en pugna con otros modelos (Raewyn Connell). Nos lleva a pensar que la masculinidad de la violencia explícita, la de Rambo o cualquier película de acción, es hoy en día hegemónica, algo que, creo, habría que revisar. Por eso, algunas y algunos preferimos nombrarla como “masculinidad tradicional” cuando hablamos de ella, y vemos las nuevas masculinidades como nuevas formas de dominio adaptadas a los nuevos tiempos.
Por otro lado, hablar en términos de hegemonía cuando tratamos el tema de la masculinidad nos puede confundir. Al interpretar la contrahegemonía como disidente o subversiva es fácil que lleguemos a pensarla también como más justa con las mujeres. Si bien, los nuevos modelos de masculinidad más sensible, menos violenta (explícitamente), que habla de sus emociones y que se abrazan y besan con su grupo de pares constituyen una fuerza que lucha por la hegemonía de la masculinidad, no significa que ninguna deje de ostentar una posición de privilegio frente a las mujeres. Como afirma Luis Bonino, el aprendizaje de la masculinidad, da igual si nueva o tradicional, implica de forma esencial el dominio para mantener esos privilegios que son sentidos como derechos por los hombres. Como esos privilegios nos hacen más fácil la vida y nos han traído mucho reconocimiento extra, no queremos perderlos. Por eso nuestros intereses más o menos conscientes son precisamente conseguir que nada cambie, como ya apuntase Leo Thiers-Vidal. Nos prima, por tanto, el objetivo de perpetuar la posición ventajosa y alargar al infinito la extracción de beneficio simbólico y material de las relaciones con las mujeres, especialmente a través de las relaciones afectivas o amorosas (Anna Jonnasdottir.).
Mientras, el “cómo” es simplemente la forma mediante la que esto se consigue, las diferentes caras de esa masculinidad nombrada en plural. Encontramos un ejemplo paralelo en las nuevas formas que adoptó la burguesía en su relación con la clase trabajadora cuando se pasó del modelo fordista de producción en cadena a uno taylorista. ¿Implicó este ultimo una redistribución de la riqueza? No. Simplemente una nueva forma de organizar la producción en dónde se hacía a la trabajadora sentirse parte de la empresa con el único objetivo de que produjese más y se redujese la conflictividad laboral. Desde este planteamiento, se entiende que la burguesía o la masculinidad no son estáticas sino que representan una posición social que puede ir cambiando en el tiempo manteniendo una relación de dominio con el otro, la clase trabajadora o, en el caso que nos ocupa, la clase sexual de las mujeres.
¿por qué pensamos que cuando los hombres nos sentimos vulnerables vamos a cambiar nuestra subjetividad masculina, deseos e intereses, y por tanto nuestras prácticas con las mujeres renunciando a los privilegios?
Toda esta idea de que vivirnos vulnerables nos hace más justos porque favorece la empatía con las demás presenta algunas grietas. Si eso fuese así, cualquier persona de clase alta en riesgo de muerte conectaría con su vulnerabilidad y automáticamente como por arte de magia pasaría a redistribuir su riqueza y a apoyar la sanidad pública y, si fuese blanca, promovería la apertura de fronteras. Sin embargo, sabemos que no es así. ¿Acaso creemos que después de superar el coronavirus Boris Johnson va a cambiar su política neoliberal y va a empezar a nacionalizar empresas y a incrementar el gasto social? Intuyo que no. Entonces, ¿por qué pensamos que cuando los hombres nos sentimos vulnerables vamos a cambiar nuestra subjetividad masculina, deseos e intereses, y por tanto nuestras prácticas con las mujeres renunciando a los privilegios?
Los empresarios utilizan argumentos victimizantes haciendo alarde de su vulnerabilidad cuando deciden hacer un despido masivo, usando términos como “grandes pérdidas” o “quiebra” cuando a lo que se refieren es a que no están ganando lo esperado. Del mismo modo, los hombres, al mostrar nuestros miedos y fragilidades estamos consiguiendo cinco cosas:
1) Que se nos vea como nuevos hombres y por tanto se afloje la atención hacia nuestras prácticas y actitudes machistas.
2) Conocernos más, complejizarnos en tanto que seres sentipensantes que diría Galeano, enriquecer nuestro autoconocimiento y bienestar.
3) Perpetuar nuestro lugar central, una vez más, logrando, no sólo reforzar nuestro ombliguismo, sino acaparar la energía y atención de ella o de ellas.
4) Fortalecer la empatía y el entendimiento hacia nosotros mismos, ya que sabemos por experiencia propia y de forma más o menos consciente (me da igual) que a las mujeres se les ha educado precisamente en entendernos, complacernos y agradarnos (Amelia Valcárcel), así que explotamos esa faceta de la subjetividad femenina y maximizamos los miedos que sentimos para, como dirían Luis Bonino y Fabián Luján, salirnos con la nuestra.
5) Autocompadecernos, justificar lo que hacemos porque nos contamos que tiene origen en el miedo, dejando de lado precisamente lo que realmente lo causa que es la creencia de superioridad sobre las mujeres.
Así que espero que este pequeño escrito aporte algo de luz a la manera en que hoy día se está enfocando mayoritariamente el trabajo con hombres. Por lo menos, espero que sirva a modo de pregunta para seguir investigando en nuestras vidas la forma de relación que mantenemos con las mujeres y cómo nos posicionamos existencialmente ante ellas.
Fuente original:https://tribunafeminista.elplural.com