Por Miguel Domínguez
La adolescencia es un espacio lleno de imágenes y deseo, de sensaciones que marcan profundamente nuestra identidad.
Si bien hablar de masculinidad es ahora un tema medular en mi vida y agenda, no lo fue siempre. No es sino hasta hace un par de años que hablar sobre el “ser hombre” se me hizo, no solo importante, sino urgente. Pero, no desde donde las agendas de la cooperación internacional actualmente diseñan y ejecutan las iniciativas de trabajo con masculinidades en Guatemala, y las cuales, en su mayoría, lejos de siquiera repensar sociabilidades que disputen las relaciones patriarcales en su complejidad, reducen el trabajo de masculinidades a la imposición de una nueva masculinidad hegemónica, la cual refuncionaliza dinámicas coloniales de inferiorización, criminalización y blanqueamiento hacia los hombres de grupos sociales históricamente marginalizados por condiciones de raza y clase. Y sí, este debate es más amplio, pero no es lo que nos compete en este momento.
Para esta ocasión decidí hablar de masculinidad partiendo de la memoria, sin imaginar lo que esta propuesta desde Ocote iba a encender en mí. Este texto se convirtió en solo un extracto de una tarea tan difícil como placentera, un trabajo autobiográfico inconcluso desde la masculinidad y el cual va en sus primeros esbozos, así que a quien interese:
Miguel, Michael y Mitch:
En mi edad temprana, y sin caer en victimización, la masculinidad fue una asignación un poco incómoda y cansada hasta cierto punto, no desde mi núcleo familiar donde nunca hubo exigencias o parámetros de hombría, o por lo menos no abiertamente, sino por mi contexto, calle principalmente, y sin exotizar la calle, sino como espacio simplemente; donde ciertos requerimientos de masculinidad eran indispensables para poder ejercer una sociabilidad “tranquila”, por llamarle de alguna manera. Por eso, recuerdo haber estado permanentemente frente a pequeñas y cotidianas pruebas de hombría, las cuales buscaban saber que tan ágil era, que tan hábil, que tan duro, que tanta maña tenía, que tanta fuerza, etcétera; y que realmente nunca sobrellevé de manera ejemplar, pero por lo menos lo suficientemente bien para tener acceso a la tan ansiada pertenencia y el indispensable reconocimiento.
Ya con eso, supe que mi gestante hombría sería una especie de tarjeta de presentación y, aceptándolo de cierta forma, pude llevar una niñez bastante fluida, bastante gozosa, bastante libre, aun en medio de un contexto que empezaba a complicarse criminalmente, lo cual, si bien complejiza radicalmente la masculinidad, en mi caso no llegó nunca a generar impactos negativos significativos, o referentes de representación, pero ese es otro tema completamente. Lo que realmente quiero resaltar acá es cómo temprano en mi infancia descubro la masculinidad como requerimiento, como clave o contraseña de entrada, como mecanismo de posibilidad y legitimidad (claro sin entenderlo desde ahí).
Aunado a ello, también es acá donde reconozco a mis primeros referentes masculinos, mi padre, mis tíos, mis primos y mis amigos y a través de los cuales descubro a otros referentes, no tan cercanos, pero que iban a influenciar categóricamente mí vida, por lo menos en tanto a identidad y representación masculina y los cuales fueron específicamente referencias culturales, música y deporte por supuesto, y ancladas a mi contexto y época. Por ello recuerdo con una buena sonrisa a gente como al “filosofo” Vico C, a Big Boy, la gente de Proyecto Uno, Ilegales, a Sandy & Papo, fulanito, el Chombo, etc. y los cuales tenían una capacidad incuestionable de prender automáticamente e indiscriminadamente cualquier forma festiva, desde las familiares a las municipales. Así también recuerdo a algunos raperos (en inglés) del “boom bap” noventero los cuales en su momento no dimensionaba y no fue sino hasta después que entendí su importancia y contundencia cultural. Sin embargo, creo que todos estos se veían opacados por un solo referente deportivo, “His Airness”, Michael Jordan, quizá por la forma en que usaba su cuerpo, creo que era lo más cercano, a lo que en ese momento y en un mundo de disputas masculinas, podía conferir yo a la idea superpoder y victoria.
Fue así como termino mi infancia, con la mochila de masculinidad llena de afecto, goce y retoce callejero, entre el house, el hip-hop, y el reggae marinados en merengue y salsa, dos pantalones cargo y unos hermosos y atesoradisimos tenis jordan´s que otro Michael, pero nombrado en su diminutivo Mitch, se encargó de hacer mierda. El huracán Mitch fue uno de los ciclones tropicales más poderosos y mortales que se han visto en la era moderna, hizo mierda mí barrio, matando incluso a Augusto Torres, el alcalde auxiliar de la colonia contigua cuando intentaba salvar a una familia vecina, también hizo mierda a Guatemala y a Centroamérica.
Del Flow a la Melancolía:
Con la adolescencia las cosas cambiaron, mi espacio de masculinidad se reduce a la escuela, un colegio realmente, nuevo, católico, más grande y pretencioso, con gente distinta, de otras posibilidades o por lo menos eso querían demostrar. Aquí empiezo a sentir y a entender otras cosas. Esto me requirió de nuevas gestiones de masculinidad, con otros sujetos y obviamente otros parámetros, quizá por casualidad o por mi experiencia y contexto de infancia, resulté generando vínculos con cierto grupo bastante activo en la administración de la “vuelta”, los adelantados, los intocables de cierta manera, los que realmente se las podían en todo eso que la masculinidad dominante demanda. No me fue fácil, me toco duro realmente, aquí las pruebas de hombría si bien contemplaban agilidad, habilidad y maña, realmente se reducían a la fuerza, fuerza en tanto al dominio e imposición claro, además de la incorporación del dispositivo “pito” y las implicaciones que este conlleva. Yo no era nada bueno en la administración ni del pito ni de la fuerza.
Además, acá los referentes culturales de masculinidad y que para mí eran tan importantes, eran otros, realmente otros, diametralmente diferentes, reducidos a la música en inglés, y con sujetos que no solo no se parecían en nada a mí, en dimensión, forma, color, lenguaje, etc. sino cuya producción lejos de ser celebratoria (a la cual yo estaba acostumbrado) era un constante e inagotable lamento, recuerdo específicamente algunos cuya blancura llevada a la exageración, en conjunto con un rostro totalmente angustiante, amplificaban increíblemente su sufrimiento, aparte de no entender una mierda de lo que decían. Pero ni modo, había que hacerle y seguramente le agarré el gusto, tampoco voy a mentir. Y así como todo referente genera representación, terminé bajando de peso y cambiando mis Nike´s (léase nayquis) por unos Converse Chuck Taylor All Star (chapulines para usted), usados, bastante sucios y con un hoyo entre la tela y la suela, detalle el cual consideré plusvalía al tenis.
Sin embargo, lo que me parece importante resaltar acá, es que, si bien la gestión de la masculinidad se vio modificada, fue únicamente en su forma, y al contrario de ser contrarrestada en sus dimensiones violentas, desde un espacio que suponía (por lo menos discursivamente) ser seguro, prestigioso, educado y moralmente superior, esta solo se agudizó, se magnificó, ampliando su fuerza violenta y llevándola a otras expresiones que no había tenido conocimiento. No sé si estoy romantizando mi infancia temprana, pero realmente creo que fue acá en la adolescencia, donde no solo conocí a la masculinidad dominante en su forma más violenta, como comunicación, como interacción, como intimidación, como sometimiento, etc. frente a todo aquello que no cumpliera con sus expectativas o todo aquello que quisiera poseer (masculinidades diferentes, orientaciones sexuales disidentes y mujeres).
Además, fue en esta etapa y en este espacio donde percibí perfectamente, cómo paralelo a esta violencia masculina, existían otras violencias, que a veces actuaban en conjunto y otras veces por separado, llegué a consolidar en esta etapa mi entendimiento sobre lo que era una puta, un indio, un hueco y un muco, entendí perfectamente quienes podían, quienes no, quienes eran y quienes no eran, entendí bien como separar y clasificar a las personas. No es que anteriormente no haya estado expuesto a este tipo de expresiones y violencias, sino que fue acá donde se consolidaron en mi entendimiento y sensibilidad.
¿Cuál era mi papel en esto? me pregunto. Recuerdo que nunca fui un tipo abiertamente violento, no fui educado así, al contrario, y en los momentos más tensos era el clásico de “ya cerote, ya estuvo”, “no cerote, dejala”, “nombre no seas mula, soltalo, nos van a pisar”. Eso era, el benevolente, nada más, pero no implicaba que no me beneficiara de ciertas posibilidades que permitía pertenecer a este grupo que, en ese espacio y contexto, condensaba la masculinidad dominante (seguridad, pertenencia y reconocimiento como expresé en su momento). Grupo el cual atesoro en mi alma y al cual debo mucho de lo que soy y no soy ahora.
Fuente original: https://www.agenciaocote.com/autobiografia-adolescente-desde-la-masculinidad/