Autor: Aurora Aguilar
El sexismo es una de las formas más comunes, cotidianas y normalizadas de discriminación. Surge a partir del lenguaje, símbolos y características que las sociedades asignan, que aparecen en el imaginario colectivo como inamovibles y acompañan a las personas desde antes de su nacimiento hasta el fin de sus días, solo por haber nacido biológicamente mujer u hombre. Pone una enorme presión en ambos géneros por cumplir estándares que satisfagan lo que se espera de ellas y ellos y, en muchas formas, moldean la vida de las personas.
El sexismo es una forma de discriminación muy difícil siquiera de detectar para el ojo de las personas no involucradas en estudios de género, porque parte de lo que aprendimos en nuestra niñez para referirnos o explicar la forma en que esperamos se desenvuelva, comporte y responda una persona según su sexo biológico.
Hoy día, con la posibilidad de conocer el sexo del o la bebé desde antes del nacimiento, familia y amistades llenan a los futuros madre y padre de objetos que explicarán a quien los vea sin mayor relatoría si a su vida llegará una niña o un niño.
A la par del crecimiento, se acrecientan los refuerzos sexistas. Además de ropa rosa y moños para el pelo, las niñas comienzan a recibir muñecas, juegos de té, pequeños electrodomésticos; se les comienzan a adjudicar cualidades como frágil, dulce, obediente, recatada; se espera que aprendan a sentarse, a esperar que su hermano o primos, vecinos la protejan, a comenzar a hacerse cargo de labores habituales del hogar y de cuidados, a vivir bajo la presión constante de alcanzar el irreal ideal de belleza que la sociedad impone en cada anuncio, cada sonrisa, cara y cuerpo “perfectos”.
A los varones por su lado, les obligan a demostrar continuamente su hombría; cualquier comportamiento que se aleje de los cánones “masculinos” lo estigmatiza y desvalora. Se espera que los niños sean valientes, fuertes, protectores, ganadores, ambiciosos y, cuando crecen, que ocupen espacios de poder y éxito profesional, que provean para su familia y, a cambio, su pareja se esmere en las actividades no remuneradas como el cuidado del hogar y de quienes lo habitan. ¡Ah! También se espera que nieguen sus emociones por considerarlas de “débiles o de niñas”. Lleno está el mundo de hombres discapacitados emocionalmente e inhábiles de empatía.
El lenguaje es un arma poderosa para alinear a la sociedad según los cánones y las frases sexistas se reproducen todos los días, especialmente en el bombardeo de anuncios que los creativos de la comunicación utilizan y refuerzan para el éxito económico del producto o servicio promovido.
“Tenía que ser vieja”, “deja de llorar como niña”, “hermosa como princesa”, “los hombres feos, fuertes y formales”, “calladita te ves mas bonita”, “se entiende porque es niño, pero… ¿niña?” y tú, lectora, lector queridos, ¿repites estas frases? Tiempo de reflexión. El sexismo hace daño, es origen de todas las violencias. Ojo con el “yo, sexista”.
A la par del crecimiento, se acrecientan los refuerzos sexistas. Además de ropa rosa y moños para el pelo, las niñas comienzan a recibir muñecas, juegos de té, pequeños electrodomésticos; se les comienzan a adjudicar cualidades como frágil, dulce, obediente, recatada...
Fuente oirginal: https://www.elsoldetlaxcala.com.mx/analisis/yo-sexista-5399909.html