Por: Jennyfer Hernández Aragón
Abogada, Máster en Terapia del Reencuentro
La autora comparte los cambios que ha propiciado en sí misma y en los vínculos que establece con las personas que la rodean producto de un proceso de introspección, desaprendizaje y cambio personal.
Este proceso le ha permitido identificar la importancia de asumir
un modelo de buentrato como proyecto de vida.
Partiendo de la propia vivencia y retomando principios de la terapia del reencuentro,
propone promover las relaciones de buentrato poniendo énfasis en qué hacer para tratarnos bien
y tratar bien a las demás personas como una forma de educación para la salud,
desarrollando proyectos de amor con nosotras y nosotros mismos.
Hace un tiempo comencé un proceso de aprendizaje y reconexión conmigo misma que me ha permitido tomar conciencia de que estaba inmersa en relaciones maltratantes, aprendidas en mi socialización. Esas relaciones me estaban generando desvalorización, enfermedades y tendía a conformarme con lo que quienes me rodeaban me querían dar, a pesar de que generara violencia, desamor y maltrato. En mi propia búsqueda, identifiqué que muchas veces no me sentía merecedora de ser bien tratada y yo también generaba vínculos maltratantes porque era lo que había aprendido. Sin embargo, en este caminar por la vida, me he apropiado de un modelo de buentrato que me está resignificando la vida.
Aprendí a desaprender e iniciar un proceso de cambio personal que me ha generado un estado de bienestar y de más satisfacción conmigo misma y con quienes me rodean, he aprendido a escucharme, a reconocer mis fortalezas y zonas a mejorar, a estar feliz conmigo misma, a cuidarme, a respirar conscientemente y mejorar cada día mis hábitos como parte de mi buentrato. En el camino he hecho mía una mirada compasiva, dándome cuenta que el gran amor de mi vida soy Yo. Esta experiencia personal me ha hecho reflexionar sobre la importancia de comprometerme conmigo misma y asumir el modelo de buentrato en lo personal, social y relacional.
Mi historia no es aislada ni excepcional, pues muchas mujeres en momentos claves de sus vidas han redirigido su mirada hacia sí misma y han desmontado principios arraigados a través del proceso de socialización, a través del cual se transmiten valores, creencias, comportamientos permitidos y prohibidos para mujeres y hombres de una determinada sociedad. Históricamente, se nos ha transmitido una visión del mundo que divide mente-cuerpo; dolor-placer y se ensalza el sufrimiento incluso vinculado al “amor”. En este proceso de aprendizaje a mujeres y hombres se nos asigna la división de tareas en función del sexo y roles diferenciados en base al género que son los que permiten o facilitan la discriminación en la vida cotidiana.
La Dra. Marcela Lagarde, autora feminista mexicana señala en su libro “Para mis socias de la vida” que “La construcción de la identidad de género femenina se moldea, entre otros aspectos, por interiorizar que el sentido de la vida de una mujer es “el ser para los otros”; es decir, una mujer construye su ser a través de completarse con los otros, lo que implica la necesidad vital de los demás, y lo que es más importante, impide la construcción de la autonomía personal (la construcción del “Yo” individual, el sentido propio de la vida), que es esencial para la salud integral y para el bienestar de un cualquier ser humano” . (Lagarde, 2005)
En este sentido, en la socialización de las mujeres ha habido una sobrevaloración del aspecto afectivo que establece distintas responsabilidades, tanto sobre el cuidado de las otras personas como sobre la necesidad de mantener los distintos vínculos afectivos. Estos compromisos implican para las mujeres el posponer los deseos o necesidades propios para no ser cuestionadas y castigadas socialmente de “egoístas o malas”.
En pláticas cotidianas de algunas familias, se piensa y dice que una mujer que ya es madre “es una irresponsable” si desea salir a divertirse un poco, pues en el imaginario colectivo de esa familia esa mujer debe dedicarse exclusivamente al cuido y crianza de sus hijos e hijas, comportamiento que no se espera o reclama con frecuencia a los hombres que son padres.
Otra carga fuerte para las mujeres dentro del proceso de socialización es el mandato del “cuerpo perfecto” “el famoso cuerpo 90-60-90” o la exigencia de la seducción hacia el otro sexo, lo que genera el sometimiento constante a dietas y productos “mágicos adelgazantes” e incluso cirugías, con el consiguiente costo físico, psíquico, emocional y hasta económico de un cuerpo siempre en contrariedad. Como bien sabemos, el cuerpo tiene memoria y al crecer las mujeres con esa discordia del cuerpo que tengo con el que “debo” tener, genera insatisfacciones que se manifiestan a través de malestares físicos o psicológicos, conflictos o sufrimientos, generando falta de autoestima y seguridad. Esta situación, asociada a la carencia de espacios donde puedan ser escuchadas, profundiza sus problemas.
Por su parte, los hombres tampoco están exentos de una socialización maltratante que genera la masculinidad hegemónica cuya particularidad principal es la represión de los sentimientos y afectos como la ternura y la empatía, promoviendo más bien la competitividad, lo que trae consigo muchos hombres desconectados de sus emociones. Hay para los hombres una sobrevaloración de los aspectos relacionados con la fortaleza, el control y el dominio, lo que permite en muchos casos conductas de riesgo para ellos y quienes les rodean.
El reto es romper este ciclo y empezar a construir vínculos bientratantes consigo mismo, con nuestras parejas, familias y sociedad, lo cual es un verdadero desafío en este mundo dicotomizado por una socialización patriarcal, en el que tanto mujeres como hombres aprenden e incorporan el modelo de maltrato como única forma de convivencia. Para propiciar procesos de cambio necesitamos revisar consciente y constantemente nuestro diálogo interno, por ejemplo, cuando cometemos un error es común decirnos “ay qué bruta o bruto”, repetir y repetir esta frase maltratante, hace que nuestro cerebro la vaya asumiendo como una verdad, una alternativa al tomar conciencia es decir” me equivoqué, puedo mejorarlo”.
Otra forma de maltrato muy común y normalizada es cuando le decimos a un niño “Usted no llore porque es hombre”, con ello estamos reprimiendo en ese ser humano el sentir, y sentir dolor porque él “debe ser fuerte y valiente”, por otro lado, cuando exigimos socialmente que las mujeres desde niñas pospongan sus necesidades para estar en función de otros y otras. Estos aprendizajes hacen que a los hombres se les cercenen sus expresiones de afecto y en el caso de las mujeres el mensaje que reciben es que su vida, sus proyectos y necesidades no son tan importantes, generando sentimientos de desvalorización. Al abandonar este modelo tanto mujeres como hombres reciben un fuerte cuestionamiento social que frena su desarrollo y bienestar.
Este modelo de maltrato se produce en el afuera (lo que se ve) y en el adentro (lo que no se ve). Tanto el maltrato como el buentrato se forma y se desarrolla en 3 niveles: El interno, personal, o individual (auto maltrato o violencia personal), el relacional (el maltrato en los vínculos) y el social (maltrato o violencia estructural).
Si bien es cierto muchas mujeres y hombres han logrado romper ese patrón, no es menos cierto que en el caso de las mujeres les ha implicado asumir y cumplir muchos roles para poder demostrar que “si son capaces”. Recuerdo haber visto, en un concurso de oposición cómo las mujeres además de estar participando, estudiando para cumplir con los parámetros exigidos llegaban a sus hogares a “cumplir” las tareas de madres-esposas, amas de casa, mientras que los hombres tomaban su maleta y asumían el concurso como única responsabilidad, dejando sus hogares en manos de sus parejas para que ellas se hicieran cargo. Entonces debemos preguntarnos ¿Realmente están en posición de igualdad mujeres y hombres?
Ese ejemplo es solo uno de los muchos que ocurren en este mundo dividido tanto a nivel personal como colectivamente, en el que vamos arrastrando heridas genéricas e históricas, así como heridas sociales, personales y relacionales que nos van generando dolor y miedos. Para poderlas ver hay que tomar consciencia de que existen. Tanto mujeres como hombres necesitamos ser seres integrales, darnos cuenta que necesitamos ser amados/amadas; escuchadas/os, sanar esas heridas, cerrar duelos y reencontrarnos como humanos, primero con nosotros/ as mismas/os para luego establecer vínculos más saludables, sabiendo qué es posible negociar y qué no, teniendo la capacidad para tomar la decisión de colocarnos en un lugar distinto y crear vínculos que nos generen bienestar.
Es importante saber que hemos avanzado, que cada vez hay más personas conscientes, pero aún tenemos mucho camino que recorrer, cambiando en primer lugar nosotras y nosotros mismos, es decir hacer nuestro propio contrato personal, para así estar en posición consciente de establecer vínculos bientratantes.
Fina Sanz, creadora de la propuesta del modelo de buentrato como proyecto de vida propone un nuevo concepto de feminismo: un feminismo que no se define por oposición al varón sino por la recuperación de los llamados valores femeninos por parte de la sociedad. Nos dice que para prevenir el maltrato tenemos que promover las relaciones de buentrato poniendo énfasis en qué hacer para tratarnos bien y tratar bien a las demás personas como una forma de educación para la salud, desarrollando proyectos de amor con nosotras y nosotros mismos. Fina los define como un amor necesario para construir relaciones de bienestar, esto nos implica incorporar en nuestras vidas tres prácticas: aprender a cuidarnos, desarrollar el cuidado mutuo y por último, construir una familia afectiva. (Sanz, 2019). -
Bibliografía:
Lagarde, Marcela.- Para mis Socias de la Vida.-Editorial Horas y Horas 2005.-
Sanz, Fina.- El buentrato como proyecto de vida. - Editorial Kairós, 2019).