Autor: Carmen Quintela
Es posible leer la Biblia con lentes feministas. Entender que la imagen de Dios no es necesariamente la de un hombre. Reconocer a las mujeres que tuvieron peso en la religión. Geraldina Céspedes es teóloga y una de las mujeres que inició los estudios de la teología feminista en Guatemala. En esta entrevista reflexiona y expone la religión y la fe desde la visión que busca la igualdad de derechos entre hombres y mujeres.
Geraldina Céspedes tiene una sonrisa permanente. Se emociona con cada pregunta y responde convencida. Céspedes es dominicana, aunque lleva más de dos décadas en Guatemala. Es teóloga y feminista. Católica y feminista. Se puede ser ambas cosas, dice, claro que se puede.
Ha dedicado media vida a probarlo. A demostrar que se puede leer la Biblia con otra mirada. Que hay mujeres en la historia de las religiones que tuvieron un papel determinante, crucial, imprescindible. Que es necesario señalar el patriarcado en el cristianismo. Deconstruir las religiones para reconstruir una fe, una academia y un estilo de vida donde no se deje a las mujeres en segundo, tercer o cuarto plano.
La cita con Céspedes es en la jesuita Universidad Rafael Landívar, su lugar de trabajo. Desde 1999 es profesora del área de teología sistemática en el centro de estudios. Enseña, entre otras ramas, cristología, mariología, método teórico y teologías contextuales, dentro de la que se encuentra la teología feminista. Antes fue profesora en la Escuela de Formación Teológico-Pastoral de Laicos y Laicas “Monseñor Gerardi”. La Landívar es también el espacio en el que se comenzó a fraguar la teología feminista guatemalteca.
Céspedes nació en Fantino, un pequeño pueblo en el centro de República Dominicana, en 1968. El país acababa de salir de una guerra y de una intervención estadounidense y comenzaba el primero de varios gobiernos autoritarios: el de Joaquín Balaguer, heredero de la dictadura de Rafael Trujillo. La vida en Fantino, sin embargo, era tranquila. Así la recuerda ella. Niños y niñas. Muchos niños, muchas niñas, siempre jugando. Las familias del pueblo tenían una media de diez hijos. La de Céspedes era pequeña. Sólo seis hermanos.
Después, en el instituto, le empezaron las inquietudes que guiarían después su carrera. Se introdujo en los movimientos estudiantiles, en la pastoral juvenil, comenzó a dar catequesis. Se reunía con sus colegas para exigir al gobierno que solucionara problemas de agua, de luz, que terminara con la represión, que apoyara a los campesinos. Paralizaban el instituto, marchaban juntos a la capital el 1 de mayo. Todo esto con menos de 15 años. “Hasta quemábamos llantas para llamar la atención —ríe y se sonroja— porque en ese tiempo no teníamos conciencia ecológica”.
Entonces, las monjas de la congregación de Misioneras Dominicas del Rosario, llegaron a Fantino y a los pueblos de la zona a hacer trabajo social. La Geraldina adolescente veía a aquellas mujeres españolas en moto, caminando entre el lodo, llegando a lugares a donde nadie más se acercaba, y los ojitos le chispeaban. Quiso unirse a la congregación, pero le dijeron que no. Tenía 14 años y debía cumplir 18. Ella insistió e insistió y durante esos cuatro años permaneció como “aspirante externa”, hasta que la aceptaron.
Después llegaron los estudios para ser misionera dominica. Los votos, el compromiso público y la carrera en Humanidades y Filosofía, en un centro jesuita de Santo Domingo. Luego, la misión. “Nosotras tenemos este tiempo de misión. Y yo dije: ‘África’”. Y de nuevo, le dijeron que no. Un continente complicado, decían. Se necesitaba fuerza física, buena salud… Ella insistió hasta que su coordinadora le dijo: “Si no te importa ir a un país con una situación difícil, entonces te vas a Guatemala”. Y aquí llegó.
Era 1993, Guatemala estaba en sus últimos años de guerra y, dice ella, no se sabía mucho del país fuera de sus fronteras. “Nuestra congregación había tenido aquí un encuentro grande para visibilizar que Guatemala existía. Se tomaron una serie de decisiones, una de ellas, que había que reforzar el trabajo y abrir otra casa de misión en Guatemala”. Ella estrenó esta casa, a sus 24 años.
Y entonces, ya aquí, empezó a estudiar Teología en la Universidad Rafael Landívar.
La mayoría de sus compañeras eran mujeres y pronto empezaron a cuestionar conceptos, lecturas y actitudes. “Comenzamos a hacernos preguntas. Topamos con el machismo de profesores y el machismo de estudiantes”. Hablaron con dos profesoras y vieron la necesidad de reunirse, a hablar de sus inquietudes, de su visión de la teología y de la realidad. Comenzaron a leer.
“Dijimos: ‘No tenemos ninguna formación de qué escriben las mujeres’. Así que una vez al mes nos reuníamos sólo para estudiar textos”. Llegaron a sus manos escritos de Ivone Guevara —teóloga feminista de Brasil, censurada por el Vaticano—, del colectivo Conspirando, de Chile, de Elisabeth Schüssler Fiorenza, de la Universidad de Harvard. A finales de los setenta, en otros lugares de Latinoamérica, las teólogas ya habían empezado toda una escuela crítica, en la línea de la teología de la liberación, que partía de la misma contradicción con la que se encontraron Céspedes y sus compañeras, y que buscaba que las tradiciones, las prácticas y las escrituras de las religiones se reconsideraran desde una óptica feminista.
Y Guatemala se sumó al movimiento. Así nació el Núcleo mujeres y teología.
—¿Por qué es importante entender la teología con una mirada feminista?
— Yo creo mucho en el poder que tiene el resorte religioso. Muchas veces una persona puede liberarse en lo económico, en lo intelectual, pero siempre queda algo muy profundo por dentro, que son los sistemas de creencias. Eso sí es duro de erradicar. Por ejemplo, la utilización de la religión para mantener en la opresión a las mujeres, para mantenerlas sometidas… es duro, es muy fuerte. A nivel social, tú puedes hablar que se da una normalización de la desigualdad de género, de la violencia y del patriarcado, pero cuando entra lo religioso en juego es terrible, porque estamos hablando de una sacralización de esas relaciones injustas y desiguales. Es la sacralización del patriarcado. Ese “en nombre de Dios”, “es que Dios lo quiere así”, “la Biblia lo dice así”… Yo me he encontrado con muchísimas mujeres que lo que no le deja liberarse es la imagen de Dios, una imagen de Dios como poder, como padre, como un viejito blanco, como hombre. Creo que la teología feminista no sólo es necesaria, sino urgente para hombres y mujeres que queremos creer que otro Dios es posible, que otra forma de vivir la religión, otra Iglesia, otra forma de organización es posible.
“Muchas veces los textos sagrados y las homilías son utilizados en contra de las mujeres, o para mantener el orden de privilegio de los hombres—continúa Céspedes—. Pero cuando vas a la praxis de Jesús, tú nunca encuentras en él ninguna palabra lesiva a la dignidad de la mujer. Él se sale de los estereotipos de lo que era entonces ser un buen macho, un buen hombre, un buen judío… Te encuentras que el proyecto de Jesús es incluyente. Él rompe con todo eso y queremos desenterrar todo ese material que está ahí. Pero también con la teología feminista buscamos desenterrar las tradiciones olvidadas de las mujeres que tuvieron liderazgo, que fueron transgresoras, que rompieron esquemas, que fueron líderes…”
—¿Y cómo se convence a la feligresía de esto, cuando toda la vida la Iglesia ha vendido otra cosa?
—Es un proceso duro. Nos han transmitido toda la fe desde esa visión. Tenemos que sanar, desaprender. Se puede celebrar de otra manera y predicar de otra manera más incluyente, pero no es fácil. Nosotras trabajamos la hermenéutica feminista. Con las lecturas de textos sagrados hay que partir de que no hay lecturas, hay lectoras y lectores. Es importante no tragarte las cosas así como te lo dicen. ¿Qué hay por debajo del texto? ¿Por qué no se mencionan los nombres y los apellidos de las mujeres? Hacemos esa lectura partiendo de la inspiración del Espíritu Santo, que comenzando por ahí es femenino, pero nos lo han transmitido como masculino. El término original es “ruah”—en hebreo—. Lo traducimos al español y lo masculinizamos. Por eso nosotras decimos “Espírita”. Pero eso choca. Siempre que cambias el lenguaje, choca.
Céspedes menciona otros ejemplos: “¿Por qué llamar a Dios ‘padre’? ¿Por qué no le llamamos madre? Porque se ha utilizado ese lenguaje androcéntrico, patriarcal. Las religiones se han dado en un caldo patriarcal y androcéntrico donde todo se ha visto desde la mirada del varón y las mujeres son excluidas. Lo que reivindicamos es una mirada, que Dios pueda ser nombrado en otro lenguaje. Dios no tiene sexo. Son metáforas las que utilizamos y vale lo mismo usar metáforas o símbolos masculinos que femeninos.
Lo que empezó con un pequeño grupo de estudiantes que buscaba fuera de las aulas lo que la universidad no les daba, pronto fue creciendo. Céspedes y sus compañeras se preguntaron: “¿Por qué sólo nosotras? ¿Por qué no compartimos esto con otras?”. En 1994 convocaron las primeras Jornadas Mujeres y Teología. La universidad lo vio bien y apoyó en la organización, el espacio y la publicidad. Invitaron a antropólogas y sociólogas y llegaron al evento más de 200 personas.
Las jornadas se repitieron durante dos años más, “hasta que tuvimos problemas”, sonríe Céspedes, resignada. La facultad de teología decía que las jornadas eran poco heterodoxas y cuando las estudiantes quisieron publicar el libro con el resumen de las actividades, los catedráticos les pusieron como requisito eliminar varias afirmaciones, entre ellas un párrafo de María Pilar Aquino —teóloga feminista mexicana— que hablaba de los abusos de la Iglesia y de la interpretación androcéntrica y machista de la Biblia.
Si no se quitaba, la universidad no pagaba la impresión del libro. “Nosotras no teníamos ni un centavo”, recuerda Céspedes. Pero no cedieron. Se negaron a ser censuradas. Salieron de la universidad e hicieron una rifa para conseguir fondos. Sin embargo, no fue suficiente. Las jornadas se detuvieron.
Un par de años después, el decano de la facultad cambió. El padre Dennis Leder tomó el cargo y el Núcleo regresó con toda la fuerza. Leder les animó a que buscaran a la persona que más anhelaran invitar, por muy controvertida que fuese. Ivone Guevara, aquella teóloga censurada por el Vaticano por su pensamiento feminista, llegó entonces a la Landívar, cuenta Céspedes, emocionada.
Fueron un par de buenos años, bajo la sombrilla de la Landívar, pero no aguantaron mucho. Ya más adultas, con más conciencia, el grupo de mujeres decidió apartarse de la universidad de nuevo para ganar independencia. “Nos pedían saber de qué iban a hablar las invitadas, había censura a algunos temas… Empezamos a sentirnos un poco incómodas. Decíamos: ¿cómo va a ser que haya que ver si un hombre aprueba o no lo que hagamos? Fue un momento de despertar, de volar solas. No nos fuimos peleadas, ni nada. Salimos a la intemperie, al desnudo, a buscar un lugar nuestro. Ahora nosotras mandamos, nosotras decidimos, entre todas. Decimos a quién traer, qué temática, qué enfoque, a quiénes vamos a llamar para la mesa, a las especialistas, nuestro logo”. “Nomadeamos”, dice Céspedes de un lado a otro. Hoy alquilan una pequeña casa en zona 2, en el que se reúnen una vez al mes, pero con los ahorros de los últimos años quieren comprar “una habitación propia, como decía Virginia Woolf”.
El grupo, formado por unas 20 mujeres, da “talleres de concientización”, charlas, hacen las jornadas grandes, anuales, y otras pequeñas, a lo largo del año. Trabajan mucho en comunidades, en colonias marginales, con grupos de mujeres. “Somos una diversidad. Somos mujeres y deberíamos llamarnos teologías, en plural, porque existen muchas teologías. Hay hermanas ministras de la iglesia episcopal, presbiterianas, bautistas, menonitas, católicas, laicas y religiosas, de institutos seculares. De todas las edades”.
Son espacios liderados por mujeres, pero en los que también participan hombres. “Siempre ha habido hombres que participan en las jornadas. Todos los que queremos curar este mal de las relaciones desajustadas de violencia. Buscamos un nuevo paradigma de feminidad y de masculinidad. Por eso hay muchos hombres que también sintonizan con la causa”, cuenta Céspedes.
Hace unos días, a finales de septiembre, realizaron las 22 Jornadas Mujeres y Teología.
—En estos años, ¿recibieron comentarios, críticas de grupos religiosos, personas conservadoras…?
—Sí, pero no hacemos caso —contesta con una sonora carcajada—. Todas somos mujeres con liderazgo en las congregaciones, en las iglesias, y cada una en su lugar de lucha tiene problemas. A veces en los espacios de trabajo, cuando se va a dar clase siempre hay alguien que dice: “Cuidado, es feminista”. Como que fuera el mismo diablo —vuelve a reír—. Una vez fuimos a promocionar las jornadas a una radio y un señor llamó a la emisora a decir que “qué lástima, qué vergüenza el declive moral que estamos viviendo”, la ruptura de la familia por nosotras las feministas. La acusación más que todo viene por ahí, con todo el choque de las discusiones de las mujeres y la búsqueda de que haya justicia y equidad de género.
Céspedes estudió en España, en la Universidad Pontificia de Comillas, un doctorado en Teología. Cuando fue a presentar su propuesta de trabajo, sobre cristología feminista, no encontraba quién la asesora. “Los profesores me decían: ‘Yo te asesoro pero si cambias de tema, o no hablas de esta autora”.
—¿Qué sucede con temas a los que la Iglesia se ha opuesto frontalmente, como la legalización del aborto?
—Las luchas feministas son muy amplias y todas son a favor de una vida digna, de una vida buena, de una libertad. Es triste que estos son los únicos temas en los que se fijan, y además con una visión muy manipuladora. Estos son temas en los que el patriarcado y los fundamentalismos se han basado mucho. Siempre mandar sobre el cuerpo. Y es increíble, porque todo es leído desde la versión de los varones. No se toma en cuenta el contexto. Aquí en Guatemala con tantas niñas abusadas, con tantos embarazos adolescentes. Hay una culpabilización y una acusación sólo a las mujeres. Cuando hagan la pregunta del aborto hay que preguntarse cuál, si el masculino o el femenino. Hay más aborto masculino que femenino. ¿Por qué no se habla de eso?
—¿Y con los derechos de la población LGBTI?
—Cuando al Papa le hicieron esa pregunta, él dijo: “¿Quién soy yo para juzgar?”. ¿Por qué andamos juzgando?. Andamos con una fantasía con la familia tradicional, la familia nuclear, y eso no existe. Hay en Guatemala toda una diversidad. Lo que importa es que haya amor, valores. Queremos canonizar ese tipo de familias que no existen. ¿Qué es lo que sí existe? Un papá solo, una mamá sola, las tías con los sobrinos, la abuela con los nietos, dos amigas que tomaron los niños porque asesinaron a los papás… Hay que abrir los ojos. Nos hacemos de la vista gorda con los grandes pecados sociales, estructurales. A mí me llama la atención que he visto en Guatemala mucha preocupación con los no nacidos. Y yo conozco tantos lugares donde han muerto niños de desnutrición. Defensa de la vida es defensa de la vida. Pero defensa de todas las vidas. De la que está sola, de la que está abandonada, de la mujer que es lesbiana. Todas son vidas sagradas. Pero todo se obvia y nos fanatizamos.
Sobre los fundamentalismos, Céspedes añade cómo es común que se alíen unos con otros: “No extraña que en algunas fotos aparecen los ultraconservadores a nivel político, económico, de las iglesias, sean católicos o evangélicos y se unen en contra del aborto. Pero no se unen en contra de la minería o de la depredación del medio ambiente…”.
Y esto afecta a las personas creyentes. “Un candidato o un diputado menciona el nombre de Dios y ya manipula a la gente. Hay que hacer un estudio de Dios en la campaña. Todos citan a la Biblia y hablan de los valores. Hay una instrumentalización de la religión para ganar votos, espacios. Yo digo que los que nos llamemos religiosos no permitamos eso”.
—¿Tiene sentido todo este esfuerzo, buscar que se cambie la perspectiva de una institución con tantos años y con una base tan patriarcal, que además ha tenido tanto impacto negativo en muchas mujeres en todo el mundo?
—Dentro de las feministas hay distintas corrientes y las reconocemos. Hay toda una línea de feministas que proponen botar todo. “La Biblia es un libro patriarcal y no queremos diálogo…”. Son feministas post cristianas. Y estamos otras que decimos que aquí todavía encontramos inspiración para liberarnos. A pesar de ese sesgo patriarcal, de todo ese contexto machista, nos apropiamos y nos releemos. Desenterramos tradiciones olvidadas y estamos encontrando muchas cosas muy bonitas. Desenterrar a todas las mujeres olvidadas que tienen un liderazgo impresionante en la Biblia.
“La predicación tradicional te presenta a Moisés, pero ¿por qué existe Moisés? —continúa Céspedes—. Todo el Éxodo empieza por un acto de desobediencia civil de las mujeres. Cuando el Faraón da la orden de que hay que matar a los niños, las dos parteras, Sifra y Puá desobedecen. Desobediencia civil total. El Éxodo comienza con ellas, pero también con la madre que esconde al niño, la hermana que se queda viendo… Una alianza de mujeres para burlarse de toda la ley”.
“Hay un montón de mujeres que están ahí pero han sido olvidadas, porque conservamos en nuestra mente sólo nombres de patriarcas y olvidamos matriarcas. Las profetisas quedan fuera, las diaconisas. Nosotras abogamos por toda una recuperación de las tradiciones olvidadas, sacar del anonimato a todas estas mujeres”, concluye.
“¿Por qué vale la pena? Porque en todas las religiones encuentras elementos alienantes. Encuentras prácticas y principios que no nos ayudan, que no sirven y que hay que deshacerse de ellos. Se han contaminado de una visión patriarcal. Cada religión es hija de su tiempo y de su cultura. Pero, increíblemente, todas las religiones contienen elementos místicos proféticos que apuntan a una humanización, a la compasión, a la paz. Somos tercas. Nos resistimos a que nos arrebaten algo que creemos que está ahí y que además podemos recrearlo y practicarlo”.