María Auxiliadora Marenco Gutiérrez
es psicóloga y docente con amplia trayectoria en salud mental
y psicoterapia. Fundadora de la Fundación Biocéntrica y Biodanza Nicaragua,
es pionera en educación sexual y defensora de los
derechos sexuales y reproductivos.
En su artículo “Mujeres que se redescubren: del deber ser al reencuentro con sí mismas”, la psicóloga nicaragüense Auxiliadora Marenco —especialista en procesos terapéuticos con enfoque de género— reflexiona críticamente sobre cómo los mandatos sociales y culturales que asignan a las mujeres roles de sacrificio, docilidad y servicio, terminan generando en la madurez un profundo desgaste físico y emocional.
Desde una mirada sensible y propositiva, la autora invita a transformar ese cansancio en oportunidad, animando a las mujeres a reconectarse consigo mismas, reconocer su valor y capitalizar los saberes acumulados a lo largo de la vida para construir una etapa más libre, equilibrada y autónoma, donde el bienestar y el placer personal se vivan sin culpa.
Mujeres que se redescubren: Del deber ser al reencuentro con si mismas
¿Eres de las mujeres comprometidas a ayudar a familiares y amistades? ¿Te consideras capaz de hacer 3 o 4 cosas a la vez? ¿Te identificas como una mujer que las personas que te rodean consideran una esposa perfecta?
Tú y muchas otras, hemos sido entrenadas por la sociedad en que crecimos para servir, estar atentas y dar respuestas efectivas para que la casa funcione, las hijas e hijos lleven todo lo necesario a la escuela y los maridos se sientan orgullosos de nuestra eficiencia.
Crecimos en una sociedad heterosexista que nos encarga la misión de procrear hijas e hijos para que integren la fuerza de producción y trabajo. Nos hablaron de la importancia de ser mujeres de un solo hombre por aquello de evitar el desorden social y el desprestigio personal. Nos impusieron la autoridad masculina y su privilegio de hacer en la calle lo que quisieran mientras nosotras, señoras del hogar, entre biberones y recetas, estudiamos post grados y experticias en cuidos y soluciones de asuntos personales y domésticos.
Todos estos mandatos se asocian a patrones culturales que, por no estar escritos, no son menos severos. Algunos de ellos se vinculan a que tenemos que ser dóciles y serviciales, atender, acompañar y hasta quedarse a cuidar a nuestros ancianos padres, si fuera necesario.
El orden social existente dividió a mujeres y hombres, diseñando para nosotras una cantidad de reglas que prohíben lo que para los hombres es permitido.En la vida sexual, probablemente la más afectada, nos compromete a reprimir el deseo; solteras, a través de conservarnos vírgenes y castas, y una vez casadas, a desviar a través de la maternidad cualquier impulso “sucio” que nos aparte de la sagrada misión de atender a hijas e hijos con que fuimos bendecidas.
Nacida mujer, nuestra misión se orienta a identificarnos con la disposición al servicio, sea primero con el marido, luego con hijas e hijos -en el caso que los tuviera-, o con cualquier persona, lugar o circunstancia que demande nuestra utilitaria presencia.
Dadas nuestras cualidades de organización, creatividad, facilidad para resolver e improvisar en lo difícil, nos hacemos expertas en asuntos familiares e invisibles, pues resolvemos sin reconocimiento ni retribución.
Todo ser humano nace con la necesidad de ser amado y las mujeres, producto de los mandatos sociales, asumimos el rol de ser ese banco de reservas de cuido y afecto al que todos acuden. Al ser entrenadas para dar, olvidamos recibir o se olvidan de darnos. Nos hacemos indispensables, fieles a las necesidades de otros.
Esta dinámica que suele volverse costumbre resulta agotadora con el paso de los años, percatándonos que nos quedamos solas y tomando consciencia que con poco o nada hemos sido compensadas. Es ahí cuando enfermamos, unas del cuerpo y otras del alma. Empiezan -no por casualidad- los problemas circulatorios, cardíacos, diabetes o deficiencias de cualquier tipo.
Más allá de las dolencias físicas, las mujeres padecemos de soledad, depresión, síndrome de abandono, baja autoestima, o desarrollo de actitudes manipuladoras producto de las cuales cobramos a hijas, hijos o familiares cercanos, como buenas acreedoras, viejas deudas de amores o atenciones que nunca nos pagaron.
Sin embargo, hay que tener presente que la madurez es nuestra mejor etapa, porque al final nos tenemos para invertir la experiencia acumulada, disfrutar tiempos y espacios y decidir nuestro propio ocio sin culpas ni obligaciones.
Somos brujas y sabias. Brujas porque aprendimos mil trucos para transformar cazuelas en carrozas y contamos con multitud de saberes para distintos males y padecimientos. ¡A invertirlos se ha dicho! Y estos pasos pueden ser los primeros:
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Decidirme a cambiar, no quiero que me compadezcan.
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Hago inventario de las cosas que me gustan de mí misma.
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Hago inventario de cosas para las que soy hábil.
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Reconsidero mis relaciones con los demás, estableciendo patrones de igualdad entre lo que doy y recibo.
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Reúno gente positiva para divertirnos en paseos, juegos o conociendo nuevos lugares.
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Propongo a vecinos o conocidos enseñarnos entre todos las habilidades que cada quien tenga.
