Autora: Claudia López
Hace unos días reflexionaba si escribir o no sobre las vivencias y los cuestionamientos desde mi caminar feminista. Anteriormente he señalado la forma injusta en que se construye el ejercicio de la maternidad y mis dudas se generaban cada vez que le contaba a algunas personas lo duro que es maternar en este sistema tan opresor y desigual para las mujeres.
En una ocasión que le platicaba a una pariente lo agotada y estresada que me sentía me dijo sin más: «si querés dame al niño, yo me lo llevo». Ella interpretó que yo no amaba a mi hijo, pues desde el sistema patriarcal se nos enseña que la maternidad y el amor está directamente vinculado con dolor y sacrificio, entonces se interioriza que si no hay sacrificio no hay amor. Lamentablemente mis cuestionamientos se interpretan como desamor o desdén y pensé si ser tan honesta y cuestionar los mandatos patriarcales en torno a la maternidad podrían herir a mi hijo cuando creciera y me leyera, pero justo eso fue lo que me motivó a escribir.
Creo que gran parte del cambio vendrá de la educación desde casa, me voy a empeñar en educar a mi hijo como un adulto funcional, que de acuerdo a su edad tenga asignaciones en casa y que entienda que el trabajo de casa es responsabilidad de todas las personas que integran una familia, al tiempo que interiorice que ya de adulto, si con su pareja deciden procrear, debe asumir el cuidado de su hijo o hija de manera igualitaria por simple justicia. Dicho esto, me convencí de escribir y expresar que todo ese cansancio, agotamiento y frustraciones (muchas veces incomprendidas) que las madres —especialmente de hijos pequeños— sentimos no debe ser la normalidad, ni se acerca a lo justo. Las maternidades deben ser informadas cuando se decide ser madre, pero a la vez el cuidado de hijas e hijos debe ser asumida por el padre y la madre en igual proporción, pues físicamente lo único que papá no puede hacer es darle el pecho a la criatura, así que no existen impedimentos para que los hombres asuman su papel de cuidador en igual proporción que la mujer.
Sin embargo, en la «normalidad», las mujeres siempre asumimos más trabajo en casa, especialmente si la mujer no tiene empleo fuera. Incluso se le tacha de que «no hace nada» y que como es «mantenida» por su compañero. Esta es una injusta asignación si consideramos que el trabajo de casa es repetitivo e interminable.
Por otro lado con la masiva inclusión de las mujeres al trabajo remunerado las cosas no han cambiado, pues los hombres no se han sumado al trabajo de casa. La mayoría de estudios coinciden que las mujeres dedican cincuenta por ciento más de tiempo a estas labores que los hombres. Particularmente en este aislamiento por la pandemia, las mujeres sufrimos una sobrecarga de trabajo. Para las que no tienen empleo remunerado implica mayor tiempo de cuidado a los hijos, realización de la escuela virtual etc., y para las que tienen empleo remunerado implica que al mismo tiempo tenemos que hacer todo el trabajo no remunerado, lo que incluye las interminables labores de desinfección para evitar que el virus entre a casa, no es para nada extraño que esa tarea también la estamos asumiendo las mujeres por el mismo rol de cuidadoras que el patriarcado nos asigna.
Justamente hoy, después de hacer la compra en el supermercado, realizaba esas tareas y medité que además del trabajo físico que conlleva esa desinfección, hay una carga emocional derivada del temor por el riesgo de contagio que la actividad puede implicar. Hoy y en otras ocasiones me ha ocurrido que vuelvo a desinfectar parte de la compra, pues me aterra la idea de que por algún descuido o falta de concentración mi familia pueda contagiarse. Sin duda esta es una carga que se agrega a las que ya tenía, es realmente extenuante asumir todas estas labores sin la justa corresponsabilidad. Por otro lado, durante este confinamiento me ha tocado hacer turnos y asistir a las oficinas de mi trabajo, también dar seguimiento a las labores a través de videoconferencias. Mi hijo aún no cumple los dos años de edad y entonces logro avanzar con mi carga laboral mientras él duerme. En ocasiones tengo que trabajar con mi computadora y con él sentado en mis piernas. Por suerte tengo a personas que me ayudan en su cuidado y en las tareas de la casa, sin embargo yo me encargo de la cocina, de las compras en el supermercado y muchas otras cosas que van surgiendo en el día a día.
Lamentablemente el patriarcado y el capitalismo se han encargado de romantizar el trabajo de casa y de cuidado como un acto de amor, que se asigna de manera connatural a las mujeres. Estos roles se construyeron con figuras idealizadas que asumen el papel de madre mártir-divinizada. La asignación exclusiva a la mujer de labores de cuidado de casa y de hijas e hijos es injusta y desproporcionada, y como no califica de «trabajo productivo» es infravalorado. Desde la visión androcéntrica y patriarcal, las que cuestionamos esa desigualdad somos juzgadas como «malas madres o malas mujeres», así que —por temor a ese juzgamiento o simplemente porque así se construyó desde la niñez el rol de ser mujer— muchas mujeres se ven obligadas a conciliar el teletrabajo con todo lo que implica el cuidado de casa, el cuidado y tareas escolares de hijas e hijos, y hasta hacen malabares que atentan con su propia salud.
Confieso que no es fácil soltar estos mandatos patriarcales, yo me confronto constantemente y me niego a cumplirlos. En el duro y, a la vez, liberador proceso de deconstrucción a veces me alcanzan, pues lamentablemente el sistema es injusto. Como un ejemplo, las leyes están hechas por y para los hombres, sin pensar en la obligación y derecho de ellos a participar en el cuidado de los hijos cuando nacen. Esto profundiza esa desigualdad en detrimento de la mujer y también el derecho del hombre de asumir la paternidad de manera igualitaria y lo desvincula de manera legal de esa obligación. Otros países han avanzado en ello y nos toca seguir demandando esos avances. En ese sentido, hago mías las palabras de una querida amiga: «todo esto no imposibilita el amor que tengo a mi hijo, el problema no son ellos, es lo injusto del sistema», lo injusto radica en el hecho que se nos exige a trabajar fuera como si no maternamos y a maternar como si no trabajamos fuera de casa, es una conciliación compleja.
Este obligado tiempo de aislamiento, es una buena oportunidad para que los hombres le planten cara a estos mandatos patriarcales y a nuestras propias demandas de corresponsabilidad. También es una oportunidad de reconocer el sitio privilegiado en que los ubica el sistema patriarcal y despojarse de esos privilegios participando activamente en su obligación del cuidado de hijas e hijos, de las labores en casa como adultos funcionales y no como una ayuda, pues está claro que es un deber. Solo de esta manera vamos a caminar hacia formas de relacionarnos de manera igualitaria, como apuntaba Ruth Bader Ginsburgh: «Las mujeres solo alcanzarán igualdad real en que los hombres compartan la responsabilidad con ellas de criar a la siguiente generación».
Fuente original: https://contracorriente.red/2020/07/28/maternando-en-pandemia/?fbclid=IwAR3OyVpJv6l3a-HIx-OOpMr_KncGb06Fwz1gC4xXUoYQFjCwy5B53ANBpjk