Masculinidad, violencia y cultura

 

Por: Roxana Volio Monge
Antropóloga Social y Sexóloga

 

Ramiro es un hombre del altiplano guatemalteco cuya pareja participa en un curso para el empoderamiento político de las mujeres.  Rosario, la mujer, es semi analfabeta, pero quiere aprender y, sobre todo, quiere entender qué es eso de tener derechos. Al principio, Ramiro no se opuso, su mujer podía salir de casa para estudiar lo que una organización de derechos humanos, quería enseñarle. Al poco tiempo, sin embargo, los hombres de la comunidad, entre ellos, algunos amigos de Ramiro, comenzaron a burlarse de él y a decirle que no era él, sino su mujer la que mandaba. Las críticas constantes llevaron a Ramiro a agredir a Rosario, algo que nunca antes había hecho y le prohibió continuar con la formación.

Esta historia me la contaron ellos mismos durante una actividad de evaluación del proyecto, las tensiones habían sido superadas y Rosario no sólo terminó su formación en derechos humanos, sino que decidió estudiar en la escuela para adultos para sacar su diploma de sexto grado. Esta historia alude a dos personas concretas, pero la actitud que adoptó Ramiro es la de muchos hombres de Centroamérica e, incluso, de los de muchas partes del mundo.

La pregunta es: ¿por qué los hombres reaccionan mal, con distintas formas de maltrato y violencia, cuando las mujeres reclaman para sí ciertos grados de autonomía? ¿Cómo deberíamos trabajar para impulsar relaciones basadas en el respeto, el reconocimiento, el amor y la valoración, en suma, para impulsar la igualdad entre hombres y mujeres?

Masculinidad y sistema patriarcal

La violencia es una realidad que atraviesa todos los estamentos de la sociedad. La aprendemos todas las personas, aprendemos a ejercerla, a recibirla y a normalizarla. Sin embargo, son los hombres quienes, cumpliendo mandatos patriarcales que aprenden desde su primera infancia, la ejercen contra ellos mismos, contra otros hombres y, finalmente, también contra las mujeres, las niñas y los niños.

De acuerdo con el psiquiatra Luis Bonino y otros investigadores sobre masculinidades, los hombres, desde muy pequeños, aprenden a comportarse de acuerdo con un Modelo Social de Masculinidad Tradicional Hegemónica (MSMTH). Algunos de los valores que este modelo transmite son el de la competencia, la valoración de las jerarquías y la autoridad sobre las mujeres[1] Por eso es que Ramiro, y otros hombres como él, aunque entendía el deseo de estudiar de su  pareja, no podía permitirse acceder porque había aprendido que él y su autoridad, estaban por encima de los deseos de su mujer. Eso mismo pensaban los hombres de su comunidad y, muy probablemente, también algunas mujeres educadas, igualmente, bajo las normas y valores del sistema patriarcal.

 

Mecanismos de socialización patriarcal

Es importante entender el mecanismo a través del cual las personas –todas, hombres y mujeres- aprendemos a comportarnos patriarcalmente. Primero, está el conjunto de normas, valores y comportamientos que el sistema patriarcal nos impone a los hombres y a las mujeres. Los aprendemos e internalizamos, desde nuestra primera infancia. La familia, el sistema educativo, el sistema religioso y el sistema social, se encargan de que vayamos normalizando estos comportamientos, valores y roles. Son procesos inconscientes puesto que ocurren cuando somos muy pequeñas y pequeños y antes que por la razón estos aprendizajes pasan por el cuerpo. Es decir, antes que aprender a pensar, aprendemos a sentir. Sentimos, por ejemplo, la emoción de un abrazo o bien, el miedo que en nuestro pequeño cuerpo provoca un grito, un golpe o una mala mirada. Es hasta mucho tiempo después, cuando aprendemos a hablar y a interpretar, que podemos entender el significado profundo de lo que se nos dice o de lo que se nos hace. Recordemos que, cuando somos muy pequeñas y pequeños, si un adulto nos dice: “eres”, inconscientemente decimos: “soy”; si te lo dicen, te lo crees. Por ejemplo: “no llores, tienes que ser fuerte, para eso eres un hombre” o bien, “las mujeres, más bonitas calladitas”. Y, de tanto repetir y de tanto verlo a nuestro alrededor, creemos que es verdad, que es así. Poco a poco, aprendemos a normalizar esos comportamientos y aprendemos a normalizar el maltrato y la violencia, tan presentes en la sociedad, en las familias y en los sistemas educativos y religiosos. En la vida adulta nos dedicamos a repetir los aprendizajes, los mandatos y las prohibiciones adquiridos y normalizados en nuestra primera infancia y en nuestra niñez. Y lo hacemos porque, a cambio, también inconscientemente nos hacen saber que, si nos comportamos así, es decir, patriarcalmente, tanto hombres (con sus valores, roles y comportamientos masculinos), como las mujeres (con sus valores, roles y comportamientos femeninos) vamos a ser queridos/as, valorados/as, respetados/as y reconocidos/as. Supuestamente, cuanto más patriarcalmente nos comportemos, más de todo eso vamos a recibir. No olvidemos que todo esto ocurre en el inconsciente, es probable que, si lo decimos así a la gente, pensarán que no estamos bien de la cabeza, pero es así. Por eso son tan persistentes los comportamientos patriarcales y por eso hay tanta resistencia al cambio, porque la gente tiene miedo a que, si cambian, entonces ya no se les quiera, se les valore, se les respete y se les reconozca.

Claves para transformar las bases culturales que sustentan la desigualdad y la violencia

Todas las personas, en cualquier parte del mundo, vivimos nuestra vida interrelacionando tres niveles o dimensiones: la dimensión personal, la relacional y la social. Basta con observar la sociedad y sus instituciones para constatar las múltiples formas de violencia que están presentes: robos, asesinatos, gritos, brechas de género y económicas que derivan en pobreza, etcétera. A nivel relacional, también son constatables diversas formas de violencia que van desde el maltrato (verbal, de comportamientos, físico, psicológico), hasta el feminicidio. Por último, también podemos detectar diversas formas de maltrato y violencia que nos auto-infligimos, por ejemplo, el excesivo consumo de drogas por parte de los hombres, la valoración del peligro y su exposición a desafíos físicos extremos y, para el caso de las mujeres, la falta de autoestima, o la tiranía del cuerpo que transforman para gustar a los demás, en particular, a los hombres.

Para transformar los valores de la cultura patriarcal, para reemplazarlos por otros que nos conduzcan al amor y al respeto, tenemos que provocar cambios en los tres niveles: en el personal, aprendiendo a amarnos, a cuidarnos y a dedicarnos tiempo. Esto solo se consigue si hacemos procesos de autoconciencia, si vamos a nuestra infancia y revisamos lo que aprendimos, lo que sentimos y lo que vivimos allí. Quizá descubramos las heridas de infancia que llevamos dentro todas las personas y entonces, quizá nos decidamos a sanarlas para lo que necesitaremos elaborar duelos, perdonar y perdonarnos.

Los procesos de autoconciencia y sanación son imprescindibles si queremos trabajar con otras personas –la dimensión relacional- No podemos enseñar a otras y a otros, lo que aún no hemos comprendido en nosotras y en nosotros mismos. Y es desde la vivencia del amor y el buentrato a nivel personal primero y relacional después, que podemos plantearnos transformaciones en la dimensión social, aprendiendo a trabajar en comunidad, respetando a las personas y los entornos naturales en los que vivimos, valorando estar bien, sentirse en paz y viviendo con dignidad.

Todo esto requiere tiempo, empatía y trabajo personal, pero es perfectamente factible. Si el modelo social patriarcal nos causa dolor y sufrimiento, falta de entendimiento y malestar, es preciso cambiarlo, crear otros modelos de comportamiento, instaurar otros valores y aceptar el desafío de cambiar.

 

[1] Bonino, Luis (2005) Masculinidad, salud y sistema sanitario. E caso de la violencia masculina. En: Ruiz-Jarabo, C y Blanco, P (2005) La violencia contra las mujeres. Prevención y Detección. Madrid, Ed. Díaz de Santos

Comparte este contenido tus en las redes sociales
blog comments powered by Disqus

La Plataforma Regional Género y Metodologías es un espacio de comunicación e intercambio cuyo propósito es contribuir a fortalecer los procesos de cambio hacia relaciones de género justas y sostenibles en la región centroamericana. La Plataforma es administrada por el Centro de Estudios y Publicaciones Alforja-Costa Rica.

Seguinos

Facebook
Youtube

Contáctanos

Nos encantaría saber de ti.

Newsletter

Suscríbete a nuestro boletín. ¡No te pierdas de nada!