Claves metodológicas para construir la igualdad: el factor humano

 

Por: Roxana Volio Monge 
Antropóloga Social y Sexóloga


Roxana Volio Monge invita a una reflexión reveladora sobre la igualdad de género en
"Claves metodológicas para construir la igualdad: el factor humano".
Con una mirada crítica hacia los roles que nos impone la sociedad desde la infancia,
propone un viaje hacia el autoconocimiento y la transformación personal como inicio esencial
para un cambio social más justo y equitativo. Un artículo imprescindible para quienes
están listos para ser parte de la solución.


Claves metodológicas para construir la igualdad: el factor humano

Alguna vez te has preguntado por qué hay tantas resistencias a la idea de la igualdad entre hombres y mujeres? ¿Qué obstáculos enfrentamos las personas que trabajamos impulsando la igualdad entre hombres y mujeres y los derechos humanos de las mujeres? ¿Por qué los resultados conseguidos en igualdad son inversamente proporcionales a los esfuerzos realizados en esta materia? Este artículo explorará algunas ideas al respecto. Arrojar luz sobre las dificultades que enfrentamos, quizá nos sirva para diseñar estrategias de intervención que conduzcan a la eliminación de tales dificultades. Esto pasa por considerar el factor humano, pues es en las personas, necesariamente, en donde debe comenzar todo proceso de cambio.

Tres dimensiones en la vida de todas las personas

La primera cuestión que tenemos que tomar en cuenta es que todas las personas, en cualquier parte del mundo, vivimos nuestra vida interrelacionando tres áreas o dimensiones: la dimensión personal, la dimensión relacional y la dimensión social. Cuando nacemos y durante nuestra primera infancia, las personas adquirimos cultura, es decir, vamos aprendiendo normas, valores, roles y costumbres que son propios de nuestra cultura y que nos enseñan a comportarnos frente a nosotras y nosotros mismos, pero también, frente a las demás personas y en la sociedad. Con el paso del tiempo, hemos de convertirnos en personas adultas funcionales, de acuerdo con las normas de nuestra propia cultura.

Esas normas, valores y costumbres nos son transmitidas por las instituciones encargadas de nuestra socialización: la familia en primer lugar, pero también, el sistema educativo y los sistemas religiosos, entre los más importantes.  En nuestra niñez, son las personas adultas las que nos educan y nos dicen lo que es adecuado y lo que no, lo que es correcto y lo que no. Para entonces, no tenemos capacidad de juzgar ni decidir si eso que nos dicen es correcto o no lo es, simplemente creemos en lo que nos dicen. De este modo, cada persona, individualmente, va fijando en su inconsciente los valores, las tradiciones, los roles, las costumbres, los comportamientos, los mitos y los ritos propios de su cultura. Sin embargo, solo algunos de estos aprendizajes son comunes a ambos sexos. Por lo general, el conjunto de aprendizajes sociales que nos trasmite la cultura, tienen un fuerte sesgo de género, es decir, se enseñan de manera diferenciada si se trata de un hombre, que si se trata de una mujer. Así, los hombres aprenden una serie de valores, comportamientos y roles que corresponden a un Modelo Social de Masculinidad Tradicional Hegemónica (MSMTH) y las mujeres, por su parte, aprenden valores, roles y comportamientos que se corresponden con el Modelo Social de Feminidad Tradicional Hegemónica (MSFTH)1. Se establece, de este modo, un sistema de valores, comportamientos y roles que son dicotómicos -donde una de las partes es, porque excluye a la otra y viceversa- y jerárquicos, es decir, donde, con  muy pocas excepciones, lo masculino está por encima de lo femenino. También se establece un sistema de poder detentado, casi en exclusiva, por los hombres.

Los aprendizajes culturales se adquieren en el nivel o ámbito personal: soy yo quien aprende a comportarse de determinada manera según el sexo vivido y quien me enseña que esos valores son válidos, es precisamente la sociedad y sus instituciones. En la vida adulta, ya adquiridos esos comportamientos, ya pasados por mi cuerpo y por mis emociones, ya normalizados, simplemente lo que hago a continuación es vivirlos o ponerlos en práctica. ¿Con quién o con quiénes? En primer lugar, conmigo misma o conmigo mismo cuando, por ejemplo, me exijo hacer cosas peligrosas para demostrar que soy muy hombre, o cuando me sobre exijo para demostrar que soy muy buena cuidadora; en segundo lugar, con las y los demás, sobre todo, con la pareja y en la familia. Finalmente, con la repetición continua de lo aprendido, conseguimos reforzar, a nivel social, los roles asignados a cada sexo durante la infancia y la niñez.

Todo este andamiaje patriarcal se sostiene porque además de adquirirlo en la infancia y hacerlo de manera inconsciente, lo repetimos constantemente. También de manera constante la sociedad nos envía mensajes para reforzar lo aprendido y para no dejar que nos coloquemos en otras situaciones posibles, pero, sobre todo, el andamiaje patriarcal se sostiene porque paralelamente se crea un sistema de privilegios (sobre todo para los hombres) y promesas (para ambos sexos) que dicen que si nos comportamos según el modelo patriarcal propio de cada sexo, las personas vamos a ser respetadas, queridas, valoradas y reconocidas, cuatro anhelos muy válidos que cualquier persona quiere obtener.

Claves metodológicas para contribuir a concretar la igualdad. Algunos apuntes

Preguntémonos entonces ¿Cómo podemos contribuir a transformar las bases culturales que sustentan y normalizan la desigualdad entre hombres y mujeres, las jerarquías de género y las relaciones de poder y de dominación de los hombres sobre las mujeres? He aquí algunas claves:

Primera clave: el autoconocimiento y la autoescucha

El proceso de socialización vivido por todas las personas, nos lleva, en la vida adulta, a actuar como autómatas. Damos por buenos ciertos comportamientos, aunque éstos nos causen dolor y sufrimiento. Por ello, lo primero que debemos hacer es facilitar espacios para la reflexión sobre nuestros propios aprendizajes, hacerlos conscientes, nombrarlos, recordar los procesos por los que pasamos para adquirirlos: ¿qué nos dijeron?; ¿de quién aprendimos?; ¿qué comportamientos y qué emociones nos fueron permitidos y cuáles negados o prohibidos?; ¿cómo fue que sucedió, qué gestos, qué palabras, qué sanciones recibí si no cumplía con los mandatos de género y que recompensas recibí si, en cambio, me comportaba de acuerdo con la norma cultural patriarcal?

La herramienta para esta toma de conciencia es la organización de talleres. Hemos de trabajar desde el respeto a los procesos internos de cada quién; no todo el mundo aprende y comprende al mismo tiempo. Hemos de practicar la empatía, es decir, la capacidad de ponernos en el lugar de la otra persona, y la compasión, que implica que, desde mi empatía, trato de ayudar para que las personas transiten ese proceso que lleva al autoconocimiento, entendiendo que cada quien hace lo que puede, lo mejor que puede.

En este proceso es muy importante la autoescucha, abrir nuestra mente, nuestro corazón y nuestro cuerpo a la escucha interior, sin juzgar, sin crítica, desde el amor, la comprensión y el respeto de lo que han sido nuestros propios procesos vitales. Además de escucharnos, hemos de aprender a validar y dar por bueno aquello que nos dice nuestra sabia voz interior.

Segunda clave: trabajar las emociones con los hombres

Una buena parte de los aprendizajes que hacen los hombres desde que son muy pequeños consiste en inhibir ciertas emociones y potenciar otras. A los hombres se les prohíbe, por ejemplo, sentir miedo y tristeza. Sin embargo, el miedo y la tristeza son emociones humanas, no se expresan de manera excluyente, por el contrario, es evidente que los hombres también sufren de tristeza y de miedo, pero tienen prohibido expresarlas. En cambio, a los hombres se les permite manifestar, con toda su fuerza y su potencia, el enojo. Puesto que la tristeza y el miedo son emociones humanas, cuando se inhiben tienen que salir por alguna otra parte, en este caso, a través del enojo que es la emoción que les es permitida a los hombres. Esto es muy fácil de ver, por ejemplo, en las películas, cuando un hombre está triste o frustrado, inmediatamente grita, da un golpe a una pared, una patada a lo que tenga enfrente o da un puñetazo al cristal que le cortará la mano. Es muy importante que los hombres aprendan a llamar a sus emociones por su nombre y que aprendan a no avergonzarse de las mismas. Que no son menos hombres porque sientan miedo y tristeza y que tienen el derecho humano de expresarlas y de sentir el placer sanador del consuelo. Esto se traduce en autoestima. Hemos de ayudar a los hombres a que aprendan a amarse a sí mismos desde otros paradigmas que no sean los de la masculinidad hegemónica, sino los del buentrato, la paz y el buenvivir. Una pregunta muy válida es: ¿a quién le corresponde hacer este trabajo? En primer lugar, a los mismos hombres, en segundo lugar, al Estado que, junto con los gobiernos, deben proponer medidas e invertir dinero en los procesos de concienciación y cambio personal de los hombres. Esto contribuiría, entre otras cosas, a paliar la violencia contra las mujeres, pero también, a disminuir las cifras de criminalidad, drogadicción, accidentes y muertes evitables que tiene a los hombres como principales víctimas.

Tercera clave: trabajar la autoestima y el empoderamiento con las mujeres. La aceptación del cuerpo

Desde los primeros tiempos del feminismo, hemos hecho muchos esfuerzos por empoderar a las mujeres y por devolverles la dignidad y el justo lugar que deben ocupar en la sociedad, en la política, en la economía, en la cultura y en la historia. Hemos tratado de cambiar las normas sociales que legitiman su desigualdad y la discriminación que pesa sobre las mujeres. Sin embargo, casi siempre lo hemos hecho desde el afuera: con leyes, con políticas públicas, tratando de cambiar la forma, pero no el fondo de los hechos sociales que condenan a las mujeres a ocupar un segundo plano. Y no está mal. Todo ese trabajo era y es necesario mientras las mujeres sigan engrosando las cifras de feminicidios y del número de pobres, pero no es suficiente.

Nuestra energía debe seguir puesta en contribuir a fortalecer la autoestima y el empoderamiento de las mujeres, pero hemos de hacerlo desde ellas mismas, desde “su adentro”. Una clave fundamental es ayudar a las mujeres a reconciliarse con lo que ellas son y, sobre todo, con sus cuerpos. La socialización patriarcal que recibimos las mujeres pasa por enemistarnos con nosotras mismas, con boicotearnos y sabotearnos cotidianamente a través de nuestros cuerpos: sean como sean, son feos, no nos gustan, o son altos o son bajos, o son gordos, o son flacos, o… y así día a día. Para ello, el sistema patriarcal nos proporciona, según la época, arquetipos o modelos femeninos que nos sirven de comparador y que son de un grado de perfección tal, que es imposible que podamos llegar a semejarnos a menos que hagamos grandes esfuerzos, dietas, ejercicio extenuante e, incluso, mutilaciones. Y ni así sentiremos que damos la talla. Mientras seamos enemigas de nosotras mismas, mientras rechacemos nuestro cuerpo, que es rechazarnos a nosotras mismas puesto que ese cuerpo es nuestra casa, el sistema patriarcal seguirá fortalecido como hasta ahora. Amigarnos con nosotras mismas y después con las otras mujeres, es una clave fundamental para desarticular el sistema social patriarcal que nos oprime a todas las personas y en particular a las mujeres.

Cuarta clave: construir otros modelos de relación basados en el respeto y el buentrato

Los aprendizajes de género se concretan en las relaciones y, de manera particular, en las relaciones de pareja, no importa si éstas son heterosexuales u homosexuales, todas las personas somos hijos e hijas del sistema patriarcal, en él nacemos, de él aprendemos comportamientos, valores y roles y viviéndolo, lo reproducimos cotidianamente.

La clave para aprender a vivir en igualdad, desde el respeto y en democracia, es instaurar el buentrato como eje central de las relaciones entre las personas. Se trata de construir un modelo de relación basado en el respeto, en la valoración y el reconocimiento de la otra persona, en la confianza y en la libertad. No es fácil, todo en la sociedad juega en contra de un modelo sustentado en esos valores, pero es posible intentarlo y es posible conseguirlo. Cada miembro de la pareja tiene que fortalecer, al mismo tiempo, la capacidad de hacerse cargo de su propia vida, de manera que la relación con la otra persona no consista en que ésta se haga cargo de mí, sino de que podamos construir espacios compartidos de mucha calidad, al mismo tiempo que cada miembro de la pareja conserva un espacio personal no compartido.

Se debe trabajar, igualmente en talleres, con los miembros de la pareja por separado y luego juntos y luego por separado, hasta que consigamos entender en qué consiste el buentrato en lo relacional. La condición necesaria: el buentrato a nivel personal, aprender a amarnos para poder amar de manera sana y placentera a la pareja y a las demás personas de mi entorno.

Quinta clave: activismo democrático por la igualdad, el buentrato y el buenvivir

En la dimensión social, y logrados importantes grados de conciencia a nivel personal y a nivel relacional, tenemos que intentar interpelar al Estado para que nos acompañe en ese proceso de instaurar el buentrato, el buenvivir, la autonomía, el respeto, la libertad y, en suma, la igualdad entre hombres y mujeres. No debe bastarnos con leyes, programas y proyectos que interpelan a la estructura del Estado y los gobiernos. Estas entidades deben ir más allá. Deben financiar procesos para la deconstrucción de los modelos de masculinidad y feminidad hegemónicos, deben enseñarnos a comportarnos con respeto, para la libertad y para la democracia desde su unidad más primaria: la familia; la educación es clave para lograr esto. La liberación de las mujeres y de los hombres de la opresión patriarcal, no puede ser un asunto privado, algo que cada quien haga, con más o menos éxito, en el seno de su propia persona o de su relación de pareja o de su familia. Eso está bien, y es necesario. Pero el Estado y sus instituciones deben acompañar estos procesos y, cuando haga falta, también contribuir a financiarlos. No podemos rendirnos, tenemos que seguir trabajando en procesos de concienciación y transformación personal y en imaginar nuevos modelos de relación y nuevas formas de construir sociedades más amorosas y democráticas.

 
Ver: Bonino, Luis Masculinidad, salud y sistema sanitario. El caso de la violencia masculina. En: Ruiz-Jarabo, C y Blanco, P. La violencia contra las mujeres. Prevención y detección. Editorial Díaz de Santos, Pp. 71-80, Madrid, 2005
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La Plataforma Regional Género y Metodologías es un espacio de comunicación e intercambio cuyo propósito es contribuir a fortalecer los procesos de cambio hacia relaciones de género justas y sostenibles en la región centroamericana. La Plataforma es administrada por el Centro de Estudios y Publicaciones Alforja-Costa Rica.

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