Advertencia: el amor puede perjudicar gravemente a las mujeres

Advertencia: el amor puede perjudicar gravemente a las mujeres

 

Por: Roxana Volio Monge
Antropóloga social y sexóloga

“El amor del hombre es de su vida una cosa aparte; el de la mujer es su existencia entera”, (Byron citado por Arlie Russell).

Todas las personas necesitamos amar y ser amadas. Hombres y mujeres tenemos formas diferentes de vivir y expresar el sentimiento amoroso. Así como existen normas culturales vinculadas con el deber ser de hombres y de mujeres, también la cultura norma y regula el significado y los contenidos de eso que llamamos amor. Evidentemente, la expresión amorosa tiene diferencias según las distintas culturas, pero lo que sí es cierto es que la necesidad de amar y ser amadas es compartida por todas las personas en todas partes del mundo.

En la cultura patriarcal, la idea del amor, aunque también es vivida de algún modo por los hombres, constituye uno de los ejes centrales de la socialización de las mujeres, una cuestión central en la idea de feminidad. El amor romántico, esa forma de amor culturalmente aprendida, es dañina para las mujeres y su salud física, emocional y sexual. También pone en juego su seguridad, pues muchas veces conduce a vínculos con parejas violentas y maltratadoras. Para las mujeres, el amor las obliga a la entrega y a la incondicionalidad; les exige olvidarse de sí mismas, odiar su cuerpo, no escucharse y en cambio, sí escuchar a las y los demás. Para entender los alcances del amor romántico y cómo puede llegar a perjudicar gravemente la vida y la salud de las mujeres, analizaremos los condicionantes que hacen que las mujeres acepten como válidos esos aprendizajes. Comprender esto es importante para potenciar la autoestima y la capacidad de las mujeres para hacerse cargo de sus propias vidas, ambos antídotos contra el maltrato y la violencia.

El amor en la mujer “es su existencia entera”

Desde muy pequeñas, a las mujeres se las educa para los cuidados y para la maternidad, para ser, en palabras de la antropóloga mexicana Marcela Lagarde, “madresposas”. Aunque no lleguen a tener hijos ni a tener una pareja, las mujeres son madres y son esposas en términos de comportamientos: cuidan, apoyan, alimentan, abrazan, suplen, enseñan, escuchan y, en general, se hacen cargo del bienestar de aquellas personas que las rodean. Se aprende en la primera infancia y en la niñez a través de las palabras, del ejemplo de las mujeres adultas que rodean a las niñas, de los juegos y de los juguetes. Es fácil encontrar, entre los entretenimientos de las niñas: muñecas, cochecitos, abalorios, cocinitas y mobiliario de cocina y también, cuentos de príncipes que rescatan de diversos peligros a mujeres desvalidas. Muchos de estos estereotipos son transmitidos por los medios de comunicación y la industria del entretenimiento y, aunque algunas cosas han cambiado, no deja de ser cierto que todavía perviven estereotipos sexistas que presentan a las mujeres en un lugar subordinado, encargadas de los cuidados y del bienestar general.

Para que en la vida adulta las mujeres realicen las difíciles, agotadoras y a veces poco estimulantes tareas domésticas, antes, durante la infancia, niñez y adolescencia se las ha preparado para ello. Además de los juegos y juguetes, desde muy pequeñas se las prepara para vivir desconectadas de sus propias necesidades y deseos, para no escuchar su propia voz interior. Las niñas, las adolescentes y las mujeres escuchan eso sí, la voz de los demás, de todas aquellas personas que las rodean; escuchan sus necesidades y las convierten en mandatos que deben cumplir, demandas a las que deben dar respuesta. Por ejemplo, cuando se les exige que se ocupen de las tareas domésticas a pesar de tener ganas de descansar o de jugar, o que atiendan al padre o al hermano, anteponiendo las necesidades de éstos, a sus propias necesidades y deseos. Paulatinamente, las mujeres aprenden a hacerse cargo de la vida de las y los demás, a cambio de descuidar su propia vida.

El amor es la justificación que subyace a todos estos aprendizajes, a estas normas y valores. Es como si los mensajes que las instituciones socializadoras –familia, sistemas educativos y religiosos- lanzaran a las mujeres dijera: cuanto más cuides, más amarás, cuanto más ames, más cuidarás. El mecanismo inconsciente que sostiene este engranaje patriarcal es la creencia de que, si las mujeres se comportan siguiendo estos patrones, estas normas y valores, van a ser queridas, valoradas, reconocidas y amadas y ¿quién no quiere eso? Pero, además, también aprenden a creer que, si no cumplen con los valores matrices de ese modelo de feminidad, van a recibir –y de hecho reciben- una serie de sanciones sociales por parte de la familia, de otras mujeres, de los hombres y del conjunto de la sociedad. Las mujeres tienen miedo a que se las considere malas: malas madres, malas hijas, malas parejas o malas hermanas. El mandato es ser buenas y ser buenas es cuidar, ser buenas es entregar, de forma gratuita y desinteresada, todo su tiempo, sin considerar que el tiempo es un recurso que tiene un inmenso valor. Su entrega desinteresada y aprendida, limita las oportunidades de las mujeres para mejorar sus propias condiciones de vida, lo que conduce a que vivan diversas formas de empobrecimiento. El concepto del amor se asocia, para las mujeres, con todas estas cuestiones.

Durante su socialización, las mujeres van siendo privadas, paulatinamente, del control de su cuerpo, de su sexualidad, de su libertad y de sus autonomías. Para referirse a esto, la antropóloga mexicana Marcela Lagarde utiliza el concepto de “cautiverio”. “Las mujeres –dice Lagarde- están cautivas porque han sido privadas de autonomía, de independencia para vivir, del gobierno sobre sí mismas, de la posibilidad de escoger, y de la capacidad de decidir”[1] El hecho que hace que esto sea posible es el amor a los otros, amor que las mujeres deben negarse a sí mismas. En términos de la autora: “por el amor las mujeres disponen de su vida para los otros. El amor de la mujer es otorgado en exclusiva a los miembros del grupo doméstico; si éste se reduce, se reducen las posibilidades amorosas de las mujeres […] para la mujer amor es renuncia y entrega, tiene el significado casi exclusivo de ser-de-otros; para el hombre, por el contrario, es posesión y uso de otros (otras)” [2]

Otro aspecto importante de la educación afectiva de las mujeres es el que tiene relación con la maternidad, otro de los cautiverios explicados por Marcela Lagarde bajo la categoría de “madresposas” y que se aplica a todas las mujeres, aún a aquellas que no han tenido hijos. La idea de la maternidad, como hecho constituyente de la identidad de las mujeres, es lo que hace posible que toda mujer se sienta, en mayor o menor medida, responsable de las tareas del cuidado. “Ser madre y ser esposa consiste, para las mujeres, en vivir de acuerdo con las normas que expresan su ser – para y de- otros, realizar actividades de reproducción y tener relaciones de servidumbre voluntaria, tanto con el deber encarnado en los otros, como con el poder en sus más variadas manifestaciones”[3]

Por todo lo anterior, no es de extrañar que las mujeres estén tan predispuestas a entregar uno de los pocos bienes que poseen: su tiempo; de este modo, las mujeres consiguen hacer realidad uno de los atributos de la feminidad que consiste en “ser dependientes y estar subsumidas en alguien o en algo”, es, además, una forma de auto-engaño en las mujeres: “si trabajo, si me someto, si hago cosas por el otro, si le doy mis bienes, si me doy, será mío, y yo, seré […] conformadas como parte de los otros, las mujeres buscan ligarse a algo en fusión perpetua”[4]. En realidad, más que a algo, es a alguien: las mujeres anhelan establecer relaciones de pareja en las que, a cambio de seguridad afectiva y económica, a cambio de encontrar ese otro en quién realizarse o completarse, comprometen su independencia, su autonomía e, incluso, comprometen su propia seguridad personal. Las mujeres aprenden que el amor es fusión con el otro y esto las expone a una serie de situaciones peligrosas como la violencia en todas sus formas y la pobreza.

Ámate a ti misma. Claves metodológicas

Aprender a amarnos y a amar, es importante porque el amor nos ayuda al crecimiento personal, a expandir nuestro bienestar y nuestra autoestima. El amor, los cuidados y el buentrato son imprescindibles para vivir una buena vida. Sin embargo, está claro que la introyección de los valores del amor romántico por parte de las mujeres, puede ser contraproducente para ellas, a veces, incluso, peligroso.

La primera clave para potenciar el amor y la autonomía en las mujeres es crear espacios para trabajar la autoconciencia y el autoconocimiento. Un ejercicio sencillo es el siguiente: después de una relajación y varias respiraciones profundas, haremos que se pregunten: Yo, ¿quién soy?, ¿qué quiero?, ¿qué necesito? Podrían, por ejemplo, escribir sus respuestas o dibujarlas y luego compartirlas con otras mujeres en grupos pequeños. Hablar ante otras y también escucharlas ejercita dos cuestiones importantes, una es experimentar la sensación de ser escuchadas, algo que quizá pase pocas veces en sus vidas; la otra es escuchar a mujeres que puede que vivan lo mismo que ellas, que experimentan las mismas sensaciones que ellas, en definitiva, que es una igual en ese sentido. Se ejercita, de este modo, la autoescucha y la escucha activa, dos ejercicios importantes que, poco a poco y a fuerza de practicar, van poniendo el andamiaje que sostendrá la autoestima. De esa manera, las mujeres también irán tomando conciencia de su valor y del respeto que merecen sus sentimientos y emociones. Van construyendo, al mismo tiempo, sororidad, concepto que alude al apoyo y complicidad entre mujeres que tejen redes, en lugar de confrontación y maltrato, que es lo que el sistema nos manda hacernos las unas a las otras.

La segunda clave consiste en crear espacios para que las mujeres aprendan a reconocer, respetar y amar sus cuerpos, a que sientan ternura por esa casa en la que habitan desde el primer aliento. Esta será una tarea ardua y lenta. Llevamos muchos años sintiéndonos incómodas en nuestros cuerpos, descuidándolos a fuerza de cuidar el de las otras y el de los otros, alimetándolo mal, a fuerza de privarnos de alimentos o comiendo poco sanamente, y, sobre todo, escuchando e introyectando, casi a diario, que nuestro cuerpo no responde a ese modelo patriarcal de belleza, que no somos flacas, ni altas, ni carecemos de arrugas o canas. Consiste en aprender a aceptar quienes somos con el cuerpo que tenemos; consiste en agradecer que tenemos ese cuerpo, gordo o flaco, alto o bajo, joven o mayor, que nos contiene, que nos define, que es nuestra casa. Aprender a ser, como diría la filósofa francesa Simone de Beauvoir, el primer amor de nuestras vidas.

Y, dicho esto, aquí viene la tercera clave: hemos de trabajar la culpa. ¿Cómo? ¿Ser el primer amor de mi vida? De ninguna manera –dirá nuestra voz interior o, como me gusta llamarlo, el patriarca que todas llevamos dentro- el primer amor de tu vida deben ser tus hijos y tus hijas, debe ser tu marido, tu madre, tu padre… cualquiera menos tú. Y no solo nos lo dirá el patriarca interior, también lo oiremos a nuestro alrededor, muchas voces, a veces ensordecedoras, que tratarán de sabotear nuestro proceso de empoderamiento y nuestro tránsito hacia la autoestima.

Para enfrentar esas formas de boicot que recibiremos –y esta es la cuarta clave- tenemos que entender que tenemos derechos y tenemos que aprender a reconocerlos, a nombrarlos y a ponerlos en práctica. Tenemos derecho al buentrato, al respeto, a ser valoradas y reconocidas, tenemos derecho a tener vínculos de pareja sanos y placenteros, tenemos derecho a una vida digna, a oportunidades laborales y a ingresos, tenemos derecho a tener tiempo para nosotras mismas y a tener un proyecto de vida. Tenemos derecho al buenvivir. También, a través de talleres, podemos desgranar, con las mujeres, cada uno de estos derechos desde sus propias experiencias vitales. Una cuestión clave, para poder hacer valer todos esos derechos, es aprender a negociar con las personas que nos rodean y que están, no lo olvidemos, muy acostumbradas a tenernos a su disposición[5].

Por último, la quinta clave consiste en apoyar a las mujeres para que piensen, construyan y tengan su propio proyecto de vida, más allá de la familia e, incluso, más allá de su vida laboral. ¿Qué les gustaría? ¿Cuál es ese anhelo que nunca han podido cumplir? ¿Pintar, bailar, hacer ejercicio, reunirse con las amigas, aprender un idioma… qué te gustaría hacer por y para ti misma? ¿Y cómo podrías proporcionarte eso que deseas? La sola idea de tener un proyecto de vida propio no sólo es un reto personal y una vía para el empoderamiento y la autoestima, es un desafío a los mandatos patriarcales y el camino para comenzar a desarticular ese sistema pernicioso para las mujeres, sí, pero también para el conjunto de la sociedad.

[1] Lagarde, Marcela. Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas, 4ª Edición, CEIICH, PUEG, Universidad Autónoma de México, México D.F., 2005

[2] Ibidem

[3] Ibidem

[4] Ibidem

[5] Las negociaciones nuestras de cada día, de Clara Coria, es un libro muy útil para profundizar en este tema.

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La Plataforma Regional Género y Metodologías es un espacio de comunicación e intercambio cuyo propósito es contribuir a fortalecer los procesos de cambio hacia relaciones de género justas y sostenibles en la región centroamericana. La Plataforma es administrada por el Centro de Estudios y Publicaciones Alforja-Costa Rica.

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